domingo, 5 de septiembre de 2021

Te echo de menos

 

Deseaba hacerle ver mi recuperación, que se sintiera feliz al comprobar cómo por ella fui capaz de reinventarme. De ser un nuevo Sánchez que, convencida, me permitiera recuperar mi rol en la revista. Que, en definitiva, volviera a confiar en mí. Y lo hice como mejor sé: escribiendo:

Dos meses enteros sin tu presencia ha sido la mayor tortura que un hombre enamorado puede experimentar. Enloquecí por ti, por el amor que sentía, que aún sigue ahí, aunque ahora se muestra agazapado, temeroso, incapaz de mostrarse en su versión más animal, más natural quizás. Lo he podido recluir en la mente, que solo le permite pensarte, idealizarte, desearte.

Solo eso, pensamientos que, en ocasiones, dejo que se transformen en fantasías e ilusiones, pero solo eso. Ya no debes temer que un día esas fantasías pasen a convertirse en realidad y entonces…

¿Qué si sufro? No te imaginas cuánto. No hay día que no me levante con el pene erecto, buscándote entre mis últimos sueños, esperando hacer realidad cualquiera de las imágenes que terminan por inundar la cama de un semen que desearía haber vertido en ti, en cualquiera de los lugares que lo ansiaran, que desearan ser sometidos por ese líquido blanco que subrayase el deseo culminado después de explorar tu cuerpo.

Porque es cada parte de tu cuerpo la que al anochecer imagino cómo son cubiertas de besos y caricias, contemplando como tú no puedes evitar retorcerte en escorzos que, en apariencia, quieren evitar que siga, pero que esconden una realidad diferente.

—Sánchez, no dejes de tocarme.

—No paro, amada, pero necesito beber el néctar que expulsas buscando que mi lengua lo rescate, y lo transfiera a mi boca donde pueda unirse con una saliva cada vez más ácida.

—¡Deja de hablar entonces, y cómeme el coño, ya!

Y yo, fiel a tus órdenes, dirijo mi boca, mi ser, al lugar que protege tus piernas, maravillosas, que separo hasta que tocan la cama y dejan una oquedad rosada que abre el camino a un lugar oscuro, pero seguro, a un sitio donde el placer se hace levedad y el líquido que forma nuestra unión conduce a…

—¡Fóllame, dios, fóllame ahora!

Y embistiendo en tu cuerpo toda la lujuria que nos une, dejo que mi miembro se haga fuerte dentro de ti, procurando aguantar lo suficiente mientras aguardo tu próximo orgasmo, otro más.

—He mejorado, ¿lo has notado? —Le pregunté, mientras me recuperaba de una unión tan profunda y salvaje.

—¿Qué si has mejorado? —A horcajadas sobre un pene en recuperación, mostraba una mirada ida—. Sigue mejorando un rato más, Sánchez, y sigue follándome.

Este fue el relato que envié a mi jefa, con el que esperaba poder reiniciar nuestra relación de amor interrumpida por un trastorno mental inoportuno.

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