domingo, 18 de abril de 2021

Masaje

Según los últimos datos que se manejaban en la dirección de la revista, nuestro alcance en cuanto a nuevos lectores había tenido una subida muy importante. Desde que trabajaba allí, como becario, habíamos logrado ese incremento. No me atrevería a decir que fue consecuencia de mis artículos, pero coincidían los datos con la publicación de los mismos. No lo diría, desde luego, pero mi imaginación hacía sus cálculos y, sinceramente, me gustaba pensar en la posibilidad de que existiese cierta relación.

Como recompensa por ese gran éxito, mi jefa nos regaló, a todos los miembros del departamento creativo, una sesión de masaje. Después de los días tan intensos que se sucedieron con los nuevos aprendizajes que adquirí, en materia de sexo, un masaje le vendría bien a mi maltrecho cuerpo.

Fue así como decidí acudir un lunes a los Salones Paraíso, por ser el día que menos personas acudirían, o eso pensé. Desde luego era la jornada en la que menos carga de trabajo teníamos, por lo que consideré que la elección era la adecuada. El lugar me recibió con una música relajante, acompañada de sonidos procedentes del mar, la brisa… y me atendió una recepcionista, muy atenta, que me asignó inmediatamente la persona encargada de mi masaje. También la temperatura, algo elevada, agradable, y necesaria para cuando tuviera que desnudarme sobre la camilla me acompañó.

Lo que no esperaba era coincidir allí con mi jefa que, con un bata de seda negra como único atuendo, esperaba el momento de entrar en su sala.

—¡Hombre, Sánchez, a relajarte, eh! —Ironizó.

—Sí, pensé que…

—Anda, no piense tanto y déjate llevar. ¿Te han hecho alguna vez un masaje perineal?

—No, la verdad es que no.

—Pues te aconsejo que te dejes conducir, pongas la mente en blanco y…

—¿Y?

—¡Que goces, Sánchez! Que siempre te veo demasiado rígido.

Se rió, mientras se marchaba con el masajista. Dejó entrever unas piernas maravillosas que pude apreciar hasta el inicio de… ¡Joder!, debajo de aquella bata no había nada más. Bueno, su cuerpo, espléndido, cargado de la lujuria que siempre asociaba a él. ¿Ha dicho perineal?, me pregunté creyendo modificar el sentido de una realidad que iba a conocer de inmediato.

—Acompáñeme señor Sánchez -solicitó una masajista, también muy bella, con poco que envidiar a la musa de mis sueños.

Y así fue como me dejé hacer.

La primera parte consistía en un masaje por espalda, brazos, trasero, piernas y, después, el final, el abordaje de la zona perineal. Fue entonces cuando sentí que esas manos no me eran ajenas, las conocía de sobra porque… ¡era mi jefa! La que aplicaba toda su sabiduría a esa zona tan especial de nuestro cuerpo.

Los dedos se detuvieron, y entretuvieron, en el perineo, y al estimularlo percibí, como me había avisado la masajista, una chispa eléctrica que recorría todo mi cuerpo, primero por la zona frontal y, tras atravesar mi cabeza, descender por la zona dorsal, y vuelta a empezar, generando una sensación continua de placer indescriptible.

Aquello incidió también en la zona sexual, provocando una erección como no recordaba. Creí que no resistiría demasiado y tuve que pedírselo.

—¡Termina! -grité a mi jefa.

—¡Sánchez, por favor, no! No se da cuenta que…

—¡La que no se da cuenta eres tú!, ¡no ves cómo me tienes!

Cuando la masajista logró despertarme, anunciándome que estaba teniendo un sueño muy intenso, me encontré con mi mano derecha sujetando el pene dirigiéndolo hacia ella, casi diría que en posición amenazante.

—Ha debido soñar con alguien muy especial —Sonrió, ofreciéndome una toalla para ocultar mi realidad.

—Sí, en exceso especial para mí —Terminé de sonrojarme.

domingo, 4 de abril de 2021

Sexo y video: El aprendiz

            

Su rostro desencajado y aquella boca abierta, buscando aire con el que recuperarse del orgasmo que estaba sintiendo, fue lo que más me excitó. Detuve el video y volví a repetir la escena de ese momento, lo uní a mi mente, a lo que sentí en aquel instante, y no pude evitar que una nueva erección se hiciera protagonista esa tarde, en el despacho, mientras añoraba la experiencia exacta vivida, en la que, entre gemidos, sé que se corrió.

Sus pechos, abundantes, balanceándose al ritmo que marcaba la velocidad de sus caderas, que arremetían con la angustia del náufrago que sabe que puede ahogarse en el intento, pero que no evita el riesgo de caer en el maravilloso abismo porque el premio final es el clímax más tremendo.

        —¡Ya, Sánchez, aguanta! —Gritó tras la victoria conseguida.

        —No puedo más —grité también.

        —¡Hostias, aguanta cerdo!

        Comencé a frotar con mi mano izquierda el lugar donde la erección se convertía en irresistible. Por encima del pantalón seguí el mismo movimiento que sus caderas, frenéticas, con los pies bien consolidados en el suelo, mientras sus piernas se convertían en los remos perfectos, fuertes, que provocaban una navegación segura hacia el éxtasis.

        —¡Dios! Me he corrido otra vez —disminuyó el tono de su voz—. Aguantas bien cabrón.

        —Sí —Apenas fue un susurro.

        No es verdad que aguantara bien. La percepción de irrealidad fue creciendo conforme me dominaba. Era la primera vez y no me costó doblegarme ante sus deseos, cual siervo sometido de antemano.

        Detuve el video y contemplé su rostro pleno de placer. Sudaba. El esfuerzo realizado la había dejado agotada. Me corrí. No fui consciente de que había aumentado el ritmo sobre el bulto más de lo razonable y llegué al punto de no retorno. Ya me ocuparía del incidente cuando tuviera que salir del despacho, y disimular la mancha que crecía sin solución, pensé. Perdí la concentración después del leve momento de placer y continué disfrutando el video. Era ya el final. Ahora se desabrocharía el arnés.

        —Lo peor es que me suda demasiado el coño —me informó.

       —Ya —dije, intentando recuperarme de la invasión que el enorme falo de plástico había culminado en mi ano.

        —Pero merece la pena. Te ha gustado, ¿eh, Sánchez? Lo he notado.

        —Sí —afirmé no muy seguro.

    —Recuerda aplicarte una pomada. Los desgarros anales son muy dolorosos. Te has portado bien para ser tu primera vez —aseguró, acariciándome la cabeza como si fuera su perro, quizás mejor su cerdo.

        Desde luego no era solo placer. Cada vez que revisaba el video, que mi compañera de trabajo decidió grabar sin avisarme, me servía para prestar atención a los matices que obvié al escribir el artículo. Este relato iba a resultar bueno y a mi jefa le iba a gustar seguro. Hasta sangre había, tal como me había pedido.

¡Lo sabré yo!

Me levanté con cuidado de la pequeña almohada en la que apoyaba el culo desde aquel encuentro sexual, y emprendí camino al baño. Nunca imaginé lo duro que resultaría hacerme un hueco en este trabajo. Pero, créeme, trabajar en una revista erótica es muy exigente.

La puerta abierta

Y allí estaba yo, delante de ella, de mi jefa, en su despacho. No interpuso mesa entre nosotros que pudiera entorpecer nuestro encuentro. Mu...