Según
los últimos datos que se manejaban en la dirección de la revista, nuestro
alcance en cuanto a nuevos lectores había tenido una subida muy importante.
Desde que trabajaba allí, como becario, habíamos logrado ese incremento. No me
atrevería a decir que fue consecuencia de mis artículos, pero coincidían los
datos con la publicación de los mismos. No lo diría, desde luego, pero mi
imaginación hacía sus cálculos y, sinceramente, me gustaba pensar en la
posibilidad de que existiese cierta relación.
Como
recompensa por ese gran éxito, mi jefa nos regaló, a todos los miembros del
departamento creativo, una sesión de masaje. Después de los días tan intensos
que se sucedieron con los nuevos aprendizajes que adquirí, en materia de sexo,
un masaje le vendría bien a mi maltrecho cuerpo.
Fue así como decidí acudir un lunes a los Salones Paraíso, por ser el día que menos personas acudirían, o eso pensé. Desde luego era la jornada en la que menos carga de trabajo teníamos, por lo que consideré que la elección era la adecuada. El lugar me recibió con una música relajante, acompañada de sonidos procedentes del mar, la brisa… y me atendió una recepcionista, muy atenta, que me asignó inmediatamente la persona encargada de mi masaje. También la temperatura, algo elevada, agradable, y necesaria para cuando tuviera que desnudarme sobre la camilla me acompañó.
Lo que no esperaba era coincidir allí con mi jefa que, con un bata de seda negra como único atuendo, esperaba el momento de entrar en su sala.
—¡Hombre, Sánchez, a relajarte, eh! —Ironizó.
—Sí, pensé que…
—Anda, no piense tanto y déjate llevar. ¿Te han hecho alguna vez un masaje perineal?
—No, la verdad es que no.
—Pues te aconsejo que te dejes conducir, pongas la mente en blanco y…
—¿Y?
—¡Que goces, Sánchez! Que siempre te veo demasiado rígido.
Se rió, mientras se marchaba con el masajista. Dejó entrever unas piernas maravillosas que pude apreciar hasta el inicio de… ¡Joder!, debajo de aquella bata no había nada más. Bueno, su cuerpo, espléndido, cargado de la lujuria que siempre asociaba a él. ¿Ha dicho perineal?, me pregunté creyendo modificar el sentido de una realidad que iba a conocer de inmediato.
—Acompáñeme señor Sánchez -solicitó una masajista, también muy bella, con poco que envidiar a la musa de mis sueños.
Y así fue como me dejé hacer.
La primera parte consistía en un masaje por espalda, brazos, trasero, piernas y, después, el final, el abordaje de la zona perineal. Fue entonces cuando sentí que esas manos no me eran ajenas, las conocía de sobra porque… ¡era mi jefa! La que aplicaba toda su sabiduría a esa zona tan especial de nuestro cuerpo.
Los dedos se detuvieron, y entretuvieron, en el perineo, y al estimularlo percibí, como me había avisado la masajista, una chispa eléctrica que recorría todo mi cuerpo, primero por la zona frontal y, tras atravesar mi cabeza, descender por la zona dorsal, y vuelta a empezar, generando una sensación continua de placer indescriptible.
Aquello incidió también en la zona sexual, provocando una erección como no recordaba. Creí que no resistiría demasiado y tuve que pedírselo.
—¡Termina! -grité a mi jefa.
—¡Sánchez, por favor, no! No se da cuenta que…
—¡La que no se da cuenta eres tú!, ¡no ves cómo me tienes!
Cuando la masajista logró despertarme, anunciándome que estaba teniendo un sueño muy intenso, me encontré con mi mano derecha sujetando el pene dirigiéndolo hacia ella, casi diría que en posición amenazante.
—Ha debido soñar con alguien muy especial —Sonrió, ofreciéndome una toalla para ocultar mi realidad.
—Sí, en exceso especial para mí —Terminé de sonrojarme.