domingo, 30 de mayo de 2021

Fetichismo

—Fetichismo, Sánchez —ordenó mi jefa nada más entré en su despacho.

—¿Cómo? —Pregunté sin saber qué quería transmitirme con esa palabra.

—El próximo tema de tu artículo erótico —hizo una ligera pausa—. El fetichismo pone a la gente a cien y tú sabes cómo hacerlo.

No se refería a que supiera cómo transmitir cuestiones relacionadas con el fetichismo, sino a mi buen hacer como articulista, que aprovechó para reconocérmelo. Admitió que la revista había ganado calidad con los artículos que yo iba escribiendo.

—Te aseguro que me tienes muy satisfecha. Lo que escribes penetra con habilidad en la gente, tanto en hombres como en mujeres. ¿Cómo decirte? Al terminar de leer tu trabajo te quedas con ganas de más y eso, en todo lo relacionado con el sexo, es una garantía de éxito. Ahora se trata de hacerlo igual con el próximo, sobre fetichismo. Mira.

Para mi sorpresa, se levantó de su asiento y se dirigió a la silla que se encontraba a mi lado. Cruzó las piernas, provocando que la falda se elevara unos centímetros, nunca los suficientes, dejando su pierna derecha muy cerca de mí. Estaba enfundada en una media negra transparente que me excitó sobremanera. Su pie, escondido en un zapato de tacón alto, finalizaba la imagen que atoró mi mente, dejando que fuera el pene quien marcara los argumentos que se agolparon entre mis pensamientos. ¡Cómo hubiese deseado terminar de subir su falda, arrancar el tanga blanco, que seguro llevaría, y…!

—Contémplame y di dónde enfocarías los elementos del artículo que te estoy pidiendo.

—En tus pies —respondí con inmediatez.

—Amplía el argumento, Sánchez.

—Me arrodillaría ante ti, te quitaría el zapato que, con cuidado, dejaría en el piso, y comenzaría a besarte el pie. Besos que irían subiendo por tu pierna…

—¡Joder! Me gusta el enfoque en primera persona. Le da fuerza. Continúa.

—Mis manos irían marcando el camino. La senda que conduciría mi lujuria supondría escalar las dos piernas, y mi lengua que ya habría escapado de mi boca, para lamerte a través de las medias, las abriría, con el temor de quien se adentra en un mundo, de momento desconocido y entonces…

—Es que eres muy bueno Sánchez —se acomodó en la silla, moviendo hacia adelante su culo, reposando su cabeza en la pared más cercana, y permitiendo que la falda subiera algunos centímetros más. Abrió las piernas, lo suficiente, y comprobé que efectivamente su tanga era blanco—. Sigue.

Sentí que esa última palabra la esbozaba en medio de un leve gemido. Yo no podía detener mi erección, que ansiaba una libertad, añorada siempre que estaba ante mi jefa. En ese instante mucho más.

—Bajaría las medias, quitándotelas del todo. Lamería tus piernas, cada vez más abiertas, sin dejar de observar el tanga blanco, húmedo. Olería tu sexo, fin último del momento en el que te pediría profanar el sagrado templo que supone tu coño. Me arrodillaría, me sometería esperando tus órdenes y entonces…

—¡Dios, Sánchez, para!

Se levantó de la silla, se colocó la falda en su lugar y volvió a su asiento, el de jefa que ordena, que somete a sus deseos un juego cada vez más insoportable, no por poco deseado, sino por todo lo contrario: no sabía cómo resistir y mantenerme ante ella sin decirle «termina», «dame tus órdenes», «poséeme».

—Fantástico. Ponte a trabajar en él. Puedes marcharte.

Me levanté, se qué observó la tensión con la que inicié la retirada. Pensé en ella, como un ser inalcanzable en el que idearía el artículo, buscando ahora el final más urgente en el cuarto de baño.

domingo, 16 de mayo de 2021

Lascivia de Juventud

 

«Dejó caer el tirante izquierdo de su vestido y, a continuación, el de su brazo derecho. Cuando la prenda llego a sus pies, ante mi se encontraba su cuerpo, espléndido, joven y casi diáfano. Solo una breve braga restaba por expulsar de un desnudo integral, maravilloso, que había creado para mí.

Me miró, a penas fue un leve soslayo, que acompañó de una sonrisa que me invitaba, aún sabedora de que no podía ir. Debía quedarme en el sillón, sin dejar de contemplarla, sin evitar que unas primeras lágrimas de emoción brotaran de mis ancianos ojos, que no deseaban otra cosa que memorizar cada parte de esa juventud insolente, etérea, apenas liberada de la edad en que hubiese sido delito la escena que se estaba representando en la habitación de hotel donde nos escondíamos.

Delito ya no era, tan solo por uno días. Pecado seguro que sí, e inmoral, quizás. Pero condenado al infierno, no me importó abandonar mi mirada a un recorrido por sus pies, escasos, pequeños, llenos de lujuria, que una mente trastornada como la mía podía apreciar. Por sus piernas, recorridas con el sufrimiento de la lentitud para comprobar una piel tersa, que deseaba acariciar, deseaba llegar a la meta. Y al fin su sexo, ajeno a cualquier vello que impidiera ver la estrechez del lugar seguro, donde su néctar saciaría mi sed.

¿Después?

Seguí buscando rincones, escondidos entre sus nalgas, que mostró danzando ligeramente ante mi vista cansada, no de ella, sino de los años que se acumulaban. Su pequeño culo cabría en una de mis manos, porque la otra subiría por su espalda para atrapar el cabello rubio que cubría gran parte de la zona que besaría, que lamería.

¿Después?

Continué, excitado, buscando sus breves senos, y sus pezones, apenas insinuados en la obra de arte que se acercaba. La invité a venir, a arrodillarse ante mí para que sus labios acogieran mi enseña, el motivo de mi locura. Deseaba que se transformara en la puerta de entrada con su boca, que preferí imaginar grande, a la gruta que sería la garganta profunda donde poder finalizar mi viaje».

—Es espectacular —aseveró mi compañero—. Ahora entiendo que hayas batido el récord de visitas.

Se refería al hecho de que mi último artículo hubiese superado, en más de un veinte por ciento, el mejor registro de una entrada a artículos eróticos de sagas, como denominaba la directora a secciones como la mía, en la que un protagonista iba contando sus andanzas sexuales, manteniendo un hilo conductor en cada uno de los artículos que se iban editando.

—Muchas gracias —Respondí.

—Ahora entiendo, Sánchez, que tengas a la jefa entregada a ti.

—Bueno… —Sonreí, para no terminar de decirle que ya me gustaría que fuera así.

—Te digo yo que se ha corrido de gusto. Y además te lo va a decir. Prepárate.

—¡Qué bruto eres!

—¡Sánchez, ven a mi despacho! —La voz de mi jefa surgió, de repente, desde el final del pasillo, donde se hallaba.

—Las bragas mojadas del todo. Si lo sabré yo —vaticinó el compañero.

Lo abandoné regocijándose en lo que pudiese pasar a continuación. Corrí en su dirección. Solo pensaba que no me importaría ser quien, de rodillas ante ella, comprobara tan excitante posibilidad.

domingo, 2 de mayo de 2021

La conversación

Era una simple reunión de trabajo. Tocaba organizar el próximo número de la revista, y mi jefa quería concretar conmigo el tema que debía abordar en mi artículo.

Me senté muy cerca de la puerta de su despacho, no estaba cerrada, una pequeña rendija dejaba pasar la luz que atravesaba su ventana, pero sobre todo su maravillosa voz. Me resultaba tan fácil imaginármela formando parte de mi mundo erótico…

Sin embargo, esta vez no me pillaría, como otras veces, en las que navegaba por su cuerpo etéreo, hasta que se hacía real, a través de una llamada de teléfono o, en ocasiones, con su propia presencia, y mi mundo ficticio se hundía en un abismo. Estaría atento para entrar en el momento que me llamara.

—Sánchez, procura estar atento para cuando te llame -dijo su secretaria levantándose de su silla.

—Eso he dicho —afirmé.

—¡Cómo! —Exclamó extrañada.

—Nada —Respondí rápido y sonrojado.

—Yo salgo ya. Ella te avisará cuando termine las llamadas de teléfono que tiene pendientes.

Me despedí de la secretaria cuando se marchó. Aún estaba ruborizado. Mi imaginación siempre me jugaba malas pasadas, y presté atención. Al principio era solo un murmullo. Debía estar tratando asuntos relacionados con el trabajo o con su familia. Sin embargo, de repente el volumen fue incrementándose y, sin querer, fui introduciéndome en su conversación. No soy un chismoso, pero la verdad es que resultaba muy fácil escucharla. Parecía que el tema le animaba y, fruto de la intensidad, alzaba más la voz.

Mi jefa, sin esperarlo, se exhibía ante mí, supongo que ignorando que yo lo escuchaba todo. Solo a ella, pero fue suficiente…

—Podrás no creerme pero fue así. De verdad. Me tenía sometida en la camilla, me había dado un masaje espectacular y al colocarme, con su ayuda, mirando hacia arriba, esperaba que me diera una toalla para cubrirme algo, y no fue así.

—¡Que sí!, Completamente desnuda. Y de inmediato los pezones se pusieron como piedras. Él se dio cuenta y sonrió.

—¿Después? No lo miré más, no podía resistirme. Lo dejé hacer.

—Sí, bueno, sería parte del masaje pero las tetas bien que me las tocó. Los pezones reventaban. Te lo aseguró.

No podía creer lo que estaba escuchando. Mi diosa violentada por un masajista. A pesar del enfado no pude evitar una erección tremenda, conforme me la imaginaba encima de la camilla, mancillada. Intenté ocultarla, la erección, cruzando las piernas.

—Y cuando bajó la mano… no dejó ni un lugar importante sin explorar —la carcajada de mi jefa se debía al gran placer obtenido, no a que su cuerpo hubiese sido ultrajado, más bien se debió al arrobamiento sentido.

—Pues claro que dejé que me lo hiciera. Después de dos orgasmos fabulosos iba a poner objeciones —su risa fue aún más intensa.

—Y cuando me metió eso, no supe si volaba o era una alucinación. Sentí que las dimensiones eran impresionantes. Imagínatela.

—¿Qué si pasó algo más? Ya te contaré todo lo que me hizo.

Apareció, entonces, un silencio muy denso.

Me sonrojé, seguí disimulando la erección sin saber qué hacer y esperé. Muy poco. Salió enseguida, sonriente, pero percibí cierta sorpresa al verme.

—Hola Sánchez —dudó un instante—. ¿Teníamos reunión?

—Sí —fue mi escasa respuesta.

—Está bien, pasa. Estaba hablando con mi hijo. Ya sabes, tareas del colegio.

«Tareas», susurré, mientras caminaba cabizbajo, pensando cuáles serían las demás tareas que le hizo el masajista.

La puerta abierta

Y allí estaba yo, delante de ella, de mi jefa, en su despacho. No interpuso mesa entre nosotros que pudiera entorpecer nuestro encuentro. Mu...