—Fetichismo,
Sánchez —ordenó mi jefa nada más entré en su despacho.
—¿Cómo?
—Pregunté sin saber qué quería transmitirme con esa palabra.
—El
próximo tema de tu artículo erótico —hizo una ligera pausa—. El fetichismo pone
a la gente a cien y tú sabes cómo hacerlo.
No se
refería a que supiera cómo transmitir cuestiones relacionadas con el
fetichismo, sino a mi buen hacer como articulista, que aprovechó para
reconocérmelo. Admitió que la revista había ganado calidad con los artículos
que yo iba escribiendo.
—Te
aseguro que me tienes muy satisfecha. Lo que escribes penetra con habilidad en
la gente, tanto en hombres como en mujeres. ¿Cómo decirte? Al terminar de leer
tu trabajo te quedas con ganas de más y eso, en todo lo relacionado con el sexo,
es una garantía de éxito. Ahora se trata de hacerlo igual con el próximo, sobre
fetichismo. Mira.
Para
mi sorpresa, se levantó de su asiento y se dirigió a la silla que se encontraba
a mi lado. Cruzó las piernas, provocando que la falda se elevara unos centímetros,
nunca los suficientes, dejando su pierna derecha muy cerca de mí. Estaba
enfundada en una media negra transparente que me excitó sobremanera. Su pie,
escondido en un zapato de tacón alto, finalizaba la imagen que atoró mi mente,
dejando que fuera el pene quien marcara los argumentos que se agolparon entre
mis pensamientos. ¡Cómo hubiese deseado terminar de subir su falda, arrancar el
tanga blanco, que seguro llevaría, y…!
—Contémplame
y di dónde enfocarías los elementos del artículo que te estoy pidiendo.
—En
tus pies —respondí con inmediatez.
—Amplía
el argumento, Sánchez.
—Me
arrodillaría ante ti, te quitaría el zapato que, con cuidado, dejaría en el
piso, y comenzaría a besarte el pie. Besos que irían subiendo por tu pierna…
—¡Joder!
Me gusta el enfoque en primera persona. Le da fuerza. Continúa.
—Mis
manos irían marcando el camino. La senda que conduciría mi lujuria supondría
escalar las dos piernas, y mi lengua que ya habría escapado de mi boca, para
lamerte a través de las medias, las abriría, con el temor de quien se adentra
en un mundo, de momento desconocido y entonces…
—Es
que eres muy bueno Sánchez —se acomodó en la silla, moviendo hacia adelante su
culo, reposando su cabeza en la pared más cercana, y permitiendo que la falda
subiera algunos centímetros más. Abrió las piernas, lo suficiente, y comprobé
que efectivamente su tanga era blanco—. Sigue.
Sentí
que esa última palabra la esbozaba en medio de un leve gemido. Yo no podía
detener mi erección, que ansiaba una libertad, añorada siempre que estaba ante
mi jefa. En ese instante mucho más.
—Bajaría
las medias, quitándotelas del todo. Lamería tus piernas, cada vez más abiertas,
sin dejar de observar el tanga blanco, húmedo. Olería tu sexo, fin último del
momento en el que te pediría profanar el sagrado templo que supone tu coño. Me
arrodillaría, me sometería esperando tus órdenes y entonces…
—¡Dios,
Sánchez, para!
Se
levantó de la silla, se colocó la falda en su lugar y volvió a su asiento, el
de jefa que ordena, que somete a sus deseos un juego cada vez más insoportable,
no por poco deseado, sino por todo lo contrario: no sabía cómo resistir y
mantenerme ante ella sin decirle «termina», «dame tus órdenes», «poséeme».
—Fantástico. Ponte a trabajar en él. Puedes marcharte.
Me levanté, se qué observó la tensión con la que inicié la retirada. Pensé en ella, como un ser inalcanzable en el que idearía el artículo, buscando ahora el final más urgente en el cuarto de baño.