viernes, 20 de agosto de 2021

Curándome


Decidí hacer algo. No podía seguir así. La deriva sexual que estaba adoptando mi vida iba a peor y las consecuencias podrían llegar a ser dramáticas. Aquel último encuentro me hizo recapacitar y me puse en manos de una psicóloga que tenía su consulta muy cerca de donde estaba de vacaciones.

—Sánchez, ha mejorado mucho en estos dos meses que llevamos viéndonos. Tengo muy buenas sensaciones con usted—. Aquí le entrego el informe donde confirmo esta impresión y le recomiendo una serie de cuestiones que debe tener en cuenta para no recaer.

—¿Cree que podría volver a cometer esas locuras? —Pregunté expectante.

—Bueno —dudó-. Usted es muy activo sexualmente. Recuerde que quedó conmigo después de pasar la noche con tres mujeres al mismo tiempo.

—Sí, lo recuerdo. Pero acuérdese usted que ellas se mostraron mucho más activas que yo. No dejamos de fo… Perdone —me sonrojé.

—No se preocupe. Debe hablar sin reprimirse. Es la mejor manera de recuperarse.

—En ese caso… Le decía que no dejamos de follar durante toda la madrugada. Casi tuve que salir de allí huyendo.

—Ya, Sánchez, pero a usted le gusta experimentar ese tipo de situaciones. Lo negativo no es su elevada actividad sexual, sino el hecho de asociarla obsesivamente a su jefa.

—Es cierto, pero la que me hizo la primera felación me recordaba tanto a mi directora, que no tuve más remedio que…

—Que no tuvo más remedio que obsesionarse con ella, llamarla por su nombre, tratarla como si fuera ella…

—A ella no le importó. Me dijo “llámame como quieras, pero no dejes de follarme”. Entenderá que esas circunstancias no ponen las cosas fáciles.

—Sánchez, usted ha mejorado mucho, pero debe diferenciar con claridad la realidad de la ficción, para que no ocurran cosas como la de la heladería.

—Aquella adolescente lamía el helado… —me detuve un instante para recordar—. ¿Usted se mete toda la bola de helado en la boca y después la saca para continuar así hasta que termina por desaparecer?

—No es importante cómo chupe yo el helado. ¡Se lanzó a ella y le lamió la cara!

—Pase la lengua por su mejilla para saborear los restos del helado que quedaban y después, si no me hubiese pegado esa gran hostia…

—Lo importante es que ahora ya no sería capaz de hace algo así, ¿verdad?

—¡Claro que no! —Respondí, demasiado rápido.

Salí del despacho con el documento que garantizaba mi nuevo estado psicológico. Ahora podría volver a retomar mi trabajo, hablar con mi jefa, y hacerle ver que todo iba a cambiar.

Fui a mi hotel, me desnudé y tomé el móvil. Busqué la foto de la psicóloga. Sabía que cada tarde, a las seis, se bañaba en una playa no muy lejana de donde yo me hospedaba. Un pequeño bikini negro, el pelo recogido, castaño y lacio como el de mi jefa. Su cuerpo tan espectacular como el de ella. ¡Me la recordaba tanto!

Cuando me masturbé contemplando la foto que pude hacerle en un descuido, no la confundí con mi directora. Efectivamente estaba mejor, ya diferenciaba realidad de ficción. Una ducha y a la piscina del hotel. Quién sabe, lo mismo me encontraba con una que…


domingo, 8 de agosto de 2021

Un reencuentro inoportuno

 

La llamé. Ignoro el motivo que me condujo a citarme con ella en el chiringuito de aquella playa, que fue testigo de mi hundimiento. Algo más de lo que ya había descendido a la sima desde mi última entrevista con la directora.

No olvidaba que a ella le iba el sexo con fuerza, y yo lo que necesitaba era una forma de canalizar mis fantasmas. Llevaba una semana de vacaciones y, tal como me exigió mi jefa, no mantuve ningún contacto con la empresa.

A ver, recapitulemos. Ahora que estoy solo en la habitación del hotel, que ya ha pasado lo peor, no voy a seguir mintiendo. Claro que conocía el motivo. Después de que la directora de la revista me planteara la disyuntiva entre tomar unas vacaciones o irme a la calle despedido, no dejé de pensar en ella, con rabia, con odio, despechado. Masturbarme pensando cómo la follaría no mejoraba mi inquietud.

Por esa razón quedé con aquella mujer que me lo había enseñado todo sobre el sadomaso. La cité para follar, para qué si no, y después de recibir una gran cantidad de golpes, órdenes y humillaciones, me tocó a mí.

—Ponte a cuatro patas.

—¡Estás cachondo, ¿eh, guarro? —Era su forma de mantener el nivel alto.

Se puso como le ordené y, agarrándola fuerte por las caderas, empecé a empujar con toda mi energía.

—¡Cómo te gusta, zorra!

—¡Eh, sí que me gusta, pero no golpees tan fuerte!

—Vamos, pídeme más —golpeé con más fuerza su culo.

—¡Sánchez, lleva cuidado! —Me avisó, sin dejar de follar en ningún momento.

—Vamos, jefa, dime ahora que me quieres echar —comencé a delirar.

 —¡Tío, deja de pegarme! —Gritó.

—Venga jefa, que sé que te gusta.

Me metió tal hostia, que aún me duele cuando me paso la mano por la mejilla izquierda.

—¿Tu jefa, gilipollas? ¿Así que es verdad que estás como un cencerro, como cuentan por la revista?

Me empujó, me dio una patada en los huevos, y me dejó lamentándome, arrodillado en una esquina de la habitación.

—Cuando la jefa se entere de esto sí que te va a echar, imbécil.

—No, por favor, hagamos un trato —Susurré, porque la voz era incapaz de salir del cuerpo, por el dolor que sentía.

Cuatro horas después, tras una retahíla de ruegos, lamentos y más lágrimas, ella pudo apalizarme con ganas. Se vengó a gusto, aunque reconozco que no estuvo nada mal el placer que, al final, alcanzamos. Ella hizo lo que más le gustaba, humillarme, y yo seguí caminando por esa línea extremadamente fina que separaba el deseo por mi amada de la locura debida a ese mismo deseo.

—No será por mí por quien se entere, Sánchez, pero lo tienes muy jodido. Eso sí, follar contigo después de humillarte es muy bueno.

—Gracias —No se me ocurrió nada más que decir.

—No, hombre, gracias a ti, que me da que voy a poder disponer de tu cuerpo a menudo —me lanzó una extraña sonrisa.

En ese instante dejé de pensar.

La puerta abierta

Y allí estaba yo, delante de ella, de mi jefa, en su despacho. No interpuso mesa entre nosotros que pudiera entorpecer nuestro encuentro. Mu...