Decidí
hacer algo. No podía seguir así. La deriva sexual que estaba adoptando mi vida
iba a peor y las consecuencias podrían llegar a ser dramáticas. Aquel último
encuentro me hizo recapacitar y me puse en manos de una psicóloga que tenía su consulta
muy cerca de donde estaba de vacaciones.
—Sánchez,
ha mejorado mucho en estos dos meses que llevamos viéndonos. Tengo muy buenas
sensaciones con usted—. Aquí le entrego el informe donde confirmo esta
impresión y le recomiendo una serie de cuestiones que debe tener en cuenta para
no recaer.
—¿Cree
que podría volver a cometer esas locuras? —Pregunté expectante.
—Bueno
—dudó-. Usted es muy activo sexualmente. Recuerde que quedó conmigo después de
pasar la noche con tres mujeres al mismo tiempo.
—Sí, lo
recuerdo. Pero acuérdese usted que ellas se mostraron mucho más activas que yo.
No dejamos de fo… Perdone —me sonrojé.
—No se
preocupe. Debe hablar sin reprimirse. Es la mejor manera de recuperarse.
—En
ese caso… Le decía que no dejamos de follar durante toda la madrugada. Casi
tuve que salir de allí huyendo.
—Ya,
Sánchez, pero a usted le gusta experimentar ese tipo de situaciones. Lo
negativo no es su elevada actividad sexual, sino el hecho de asociarla
obsesivamente a su jefa.
—Es
cierto, pero la que me hizo la primera felación me recordaba tanto a mi
directora, que no tuve más remedio que…
—Que
no tuvo más remedio que obsesionarse con ella, llamarla por su nombre, tratarla
como si fuera ella…
—A
ella no le importó. Me dijo “llámame como quieras, pero no dejes de follarme”.
Entenderá que esas circunstancias no ponen las cosas fáciles.
—Sánchez,
usted ha mejorado mucho, pero debe diferenciar con claridad la realidad de la
ficción, para que no ocurran cosas como la de la heladería.
—Aquella
adolescente lamía el helado… —me detuve un instante para recordar—. ¿Usted se
mete toda la bola de helado en la boca y después la saca para continuar así
hasta que termina por desaparecer?
—No es
importante cómo chupe yo el helado. ¡Se lanzó a ella y le lamió la cara!
—Pase
la lengua por su mejilla para saborear los restos del helado que quedaban y
después, si no me hubiese pegado esa gran hostia…
—Lo
importante es que ahora ya no sería capaz de hace algo así, ¿verdad?
—¡Claro
que no! —Respondí, demasiado rápido.
Salí
del despacho con el documento que garantizaba mi nuevo estado psicológico.
Ahora podría volver a retomar mi trabajo, hablar con mi jefa, y hacerle ver que
todo iba a cambiar.
Fui a
mi hotel, me desnudé y tomé el móvil. Busqué la foto de la psicóloga. Sabía que
cada tarde, a las seis, se bañaba en una playa no muy lejana de donde yo me
hospedaba. Un pequeño bikini negro, el pelo recogido, castaño y lacio como el
de mi jefa. Su cuerpo tan espectacular como el de ella. ¡Me la recordaba tanto!
Cuando
me masturbé contemplando la foto que pude hacerle en un descuido, no la
confundí con mi directora. Efectivamente estaba mejor, ya diferenciaba realidad
de ficción. Una ducha y a la piscina del hotel. Quién sabe, lo mismo me
encontraba con una que…