domingo, 8 de agosto de 2021

Un reencuentro inoportuno

 

La llamé. Ignoro el motivo que me condujo a citarme con ella en el chiringuito de aquella playa, que fue testigo de mi hundimiento. Algo más de lo que ya había descendido a la sima desde mi última entrevista con la directora.

No olvidaba que a ella le iba el sexo con fuerza, y yo lo que necesitaba era una forma de canalizar mis fantasmas. Llevaba una semana de vacaciones y, tal como me exigió mi jefa, no mantuve ningún contacto con la empresa.

A ver, recapitulemos. Ahora que estoy solo en la habitación del hotel, que ya ha pasado lo peor, no voy a seguir mintiendo. Claro que conocía el motivo. Después de que la directora de la revista me planteara la disyuntiva entre tomar unas vacaciones o irme a la calle despedido, no dejé de pensar en ella, con rabia, con odio, despechado. Masturbarme pensando cómo la follaría no mejoraba mi inquietud.

Por esa razón quedé con aquella mujer que me lo había enseñado todo sobre el sadomaso. La cité para follar, para qué si no, y después de recibir una gran cantidad de golpes, órdenes y humillaciones, me tocó a mí.

—Ponte a cuatro patas.

—¡Estás cachondo, ¿eh, guarro? —Era su forma de mantener el nivel alto.

Se puso como le ordené y, agarrándola fuerte por las caderas, empecé a empujar con toda mi energía.

—¡Cómo te gusta, zorra!

—¡Eh, sí que me gusta, pero no golpees tan fuerte!

—Vamos, pídeme más —golpeé con más fuerza su culo.

—¡Sánchez, lleva cuidado! —Me avisó, sin dejar de follar en ningún momento.

—Vamos, jefa, dime ahora que me quieres echar —comencé a delirar.

 —¡Tío, deja de pegarme! —Gritó.

—Venga jefa, que sé que te gusta.

Me metió tal hostia, que aún me duele cuando me paso la mano por la mejilla izquierda.

—¿Tu jefa, gilipollas? ¿Así que es verdad que estás como un cencerro, como cuentan por la revista?

Me empujó, me dio una patada en los huevos, y me dejó lamentándome, arrodillado en una esquina de la habitación.

—Cuando la jefa se entere de esto sí que te va a echar, imbécil.

—No, por favor, hagamos un trato —Susurré, porque la voz era incapaz de salir del cuerpo, por el dolor que sentía.

Cuatro horas después, tras una retahíla de ruegos, lamentos y más lágrimas, ella pudo apalizarme con ganas. Se vengó a gusto, aunque reconozco que no estuvo nada mal el placer que, al final, alcanzamos. Ella hizo lo que más le gustaba, humillarme, y yo seguí caminando por esa línea extremadamente fina que separaba el deseo por mi amada de la locura debida a ese mismo deseo.

—No será por mí por quien se entere, Sánchez, pero lo tienes muy jodido. Eso sí, follar contigo después de humillarte es muy bueno.

—Gracias —No se me ocurrió nada más que decir.

—No, hombre, gracias a ti, que me da que voy a poder disponer de tu cuerpo a menudo —me lanzó una extraña sonrisa.

En ese instante dejé de pensar.

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