«Él
se agarró con fuerza a sus caderas, la sostuvo sobre sus piernas, deslizando
las manos hacia su trasero. Cuando comprendió que la tenía firmemente asentada,
dejó que empezara a bajar y subir, empotrada sobre su miembro…»
—¿Empotrada?
—Preguntó después de aguantar un rato en silencio, emitiendo leves gemidos.
—Penetrada,
sin duda —modificó el término, procurando asegurar el éxito de la obra que
estaba llevando a cabo.
—Ya,
ya, si apenas queda aire para respirar.
—¿Sigo?
—¡Claro, no me dejes así!
«Logró,
con esfuerzo, tenderla sobre la cama, dejando que su espalda estuviera bien
apoyada. Él quedó de rodillas delante de la única entrada a la desesperación
que sentía, en ese momento, por explotar dentro de ella. Separó sus piernas,
las elevó ligeramente y volvió a penetrarla.»
—¡Aguanta
como un animal! —Exclamó, mientras lamía los labios con su pequeña lengua.
Él
no respondió, esperando comprobar dónde conducía aquella exclamación. Continuó:
—¡Dios,
me está poniendo mucho!
—¿Prefieres
que disminuya la intensidad? —Preguntó por temor a no estar haciéndolo bien.
—¡No,
qué va! En todo caso auméntala.
«Siguieron
cabalgando aquella madrugada de pasión y sexo. Tras disfrutar de varios
orgasmos se dejaron vencer, quedando tan solo los últimos gemidos y
respiraciones entrecortadas en busca de un oxígeno necesario para no morir de
placer.
—No
recuerdo haberlo hecho así con nadie —dijo ella extasiada.
—Ni
yo —aseveró su compañero, mientras se situaba a su lado en la cama.
El
diálogo fue breve. El cansancio los hundió en un sueño reparador. Quizás al
despertar podría desatarse de nuevo la lujuria que los tenía poseídos.»
—El
final es un clásico, ¿no crees?
—Quise
darle el matiz de una breve conversación al final de una noche de sexo duro.
—Sí,
me parece bien. La mayoría de relatos eróticos terminan con la pareja durmiendo
sin hablar nada.
—Creí
que podía darle un toque diferente.
—Bueno,
no era lo que esperaba pero podemos empezar con este. Lo publicamos esta
semana.
Sánchez
salió del despacho de su jefa extasiado. No podía creer que su primer trabajo,
en aquella revista erótica, pasase a la primera el filtro de su directora de
edición. Al fin cumplía su sueño y, lo más importante, ya sabía cómo debía
escribir sus próximos relatos. Sentado en su despacho, deleitándose con un
atardecer maravilloso recordaba el final de la conversación:
—¿Queda
claro, Sánchez, cómo has de seguir escribiendo?
—Sí,
claro, textos con intensidad, con fuerza, donde el sexo sea muy potente.
—Sí,
por supuesto y…
—Ya,
y donde el erotismo sea explícito —afirmó, creyendo saber qué deseaba decir.
—Sí,
eso también. Mira Sánchez, te lo voy a explicar de una manera que seguro acertaras
en cada una de las propuestas que me hagas.
—Dime
—esperó ansioso.
—Tienes
que conseguir que cuando te lea termine con muchas ganas de masturbarme —hizo
una pausa, mirándolo de una forma que no supo interpretar—. Hoy el objetivo lo
has alcanzado.