domingo, 21 de febrero de 2021

Objetivo alcanzado

 


«Él se agarró con fuerza a sus caderas, la sostuvo sobre sus piernas, deslizando las manos hacia su trasero. Cuando comprendió que la tenía firmemente asentada, dejó que empezara a bajar y subir, empotrada sobre su miembro…»

—¿Empotrada? —Preguntó después de aguantar un rato en silencio, emitiendo leves gemidos.

—Penetrada, sin duda —modificó el término, procurando asegurar el éxito de la obra que estaba llevando a cabo.

—Ya, ya, si apenas queda aire para respirar.

—¿Sigo?

—¡Claro, no me dejes así!

«Logró, con esfuerzo, tenderla sobre la cama, dejando que su espalda estuviera bien apoyada. Él quedó de rodillas delante de la única entrada a la desesperación que sentía, en ese momento, por explotar dentro de ella. Separó sus piernas, las elevó ligeramente y volvió a penetrarla.»

—¡Aguanta como un animal! —Exclamó, mientras lamía los labios con su pequeña lengua.

Él no respondió, esperando comprobar dónde conducía aquella exclamación. Continuó:

—¡Dios, me está poniendo mucho!

—¿Prefieres que disminuya la intensidad? —Preguntó por temor a no estar haciéndolo bien.

—¡No, qué va! En todo caso auméntala.

«Siguieron cabalgando aquella madrugada de pasión y sexo. Tras disfrutar de varios orgasmos se dejaron vencer, quedando tan solo los últimos gemidos y respiraciones entrecortadas en busca de un oxígeno necesario para no morir de placer.

—No recuerdo haberlo hecho así con nadie —dijo ella extasiada.

—Ni yo —aseveró su compañero, mientras se situaba a su lado en la cama.

El diálogo fue breve. El cansancio los hundió en un sueño reparador. Quizás al despertar podría desatarse de nuevo la lujuria que los tenía poseídos.»

—El final es un clásico, ¿no crees?

—Quise darle el matiz de una breve conversación al final de una noche de sexo duro.

—Sí, me parece bien. La mayoría de relatos eróticos terminan con la pareja durmiendo sin hablar nada.

—Creí que podía darle un toque diferente.

—Bueno, no era lo que esperaba pero podemos empezar con este. Lo publicamos esta semana.

Sánchez salió del despacho de su jefa extasiado. No podía creer que su primer trabajo, en aquella revista erótica, pasase a la primera el filtro de su directora de edición. Al fin cumplía su sueño y, lo más importante, ya sabía cómo debía escribir sus próximos relatos. Sentado en su despacho, deleitándose con un atardecer maravilloso recordaba el final de la conversación:

—¿Queda claro, Sánchez, cómo has de seguir escribiendo?

—Sí, claro, textos con intensidad, con fuerza, donde el sexo sea muy potente.

—Sí, por supuesto y…

—Ya, y donde el erotismo sea explícito —afirmó, creyendo saber qué deseaba decir.

—Sí, eso también. Mira Sánchez, te lo voy a explicar de una manera que seguro acertaras en cada una de las propuestas que me hagas.

—Dime —esperó ansioso.

—Tienes que conseguir que cuando te lea termine con muchas ganas de masturbarme —hizo una pausa, mirándolo de una forma que no supo interpretar—. Hoy el objetivo lo has alcanzado.

 

domingo, 7 de febrero de 2021

Iniciándome

 

—Y en tu caso, ¿cómo fue la primera vez? —Pregunté con prudencia pues apenas llevaba en la empresa unas semanas y solo la conocía de los breves encuentros en la máquina de café.

—Tan complicado como imagino que te está resultando a ti —me sonrió — ¿Quieres un café?

—Sí, claro.

—¿Sí, claro, al café o a que te está resultando difícil esta primera vez?

Me disculpé y organicé mejor mis respuestas. La afirmación era con respecto al café, que apenas tomo, pero poder prolongar ese rato era esencial para lograr algo más de seguridad. El sí también hacía referencia a la complicación para afrontar mi primera vez. En condiciones normales no hubiese recurrido a su experiencia, pero me dijeron que si había alguien en la organización que supiera cómo hacerlo, debía acudir a la persona que tenía delante de mí, sacando el café en ese momento.

—Sí, muy difícil. Sin embargo, me han contado que después todo te resultó sencillo.

—Quizás sí, pero no olvides que la jefa también es mujer y no se experimenta igual entre dos mujeres que, como en tu caso, entre un hombre y una mujer. Lo que sientes es distinto.

Mi compañera, con varios años de antigüedad en la empresa, quiso sorprenderla con la dureza de la mujer empoderada que puede con todo, que no reprime ningún sentimiento, demostrándole que el sexo no le suponía ninguna traba cultural o social. En definitiva, que estaba abierta a cualquier opción que pudiese darse.

Desde esa claridad partía en sus relaciones, por eso era tan importante aprender con ella. Al principio la directora, sorprendida por la vehemencia de sus proposiciones, fue renuente, pero después, según cuentan otros compañeros, tragó con todo lo que mi compañera quiso. Al parecer se desenvolvió con mucho arte en el terreno erótico. Nadie imaginaba que ambas llegarían a compenetrarse tan bien. De hecho, asumió obscenidades que mi imaginación hubiese sido incapaz de crear. Si lo que contaban de mi jefa era cierto, habría que pensar en ella como alguien fácil de manipular.

Y, sin embargo, aproximarme a su despacho me generaba una tensión increíble. Debía profundizar en mi investigación si deseaba conseguir mi propósito, aunque resultara demasiado insolente.

—Dicen que hacías lo que querías con ella —me lancé.

—Bueno, comprobó que era la mejor, y cuando vio mi rendimiento en ese terreno no tuvo otra opción que apostar por mí.

—Y si te iba tan bien, ¿por qué terminasteis?

—Mira, Sánchez, esa mujer es muy buena, sabe montárselo como pocas, pero el director que tengo ahora me ofrece cosas que con ella no podía conseguir —sonrió con la picardía de saber que yo entendía perfectamente a qué se refería. Continuó:

—Sé que es diferente, pero al final todo es sexo, y te aseguro que ahora estoy mucho más satisfecha —mantuvo esa sonrisa que me sedujo por completo.

—¿Y qué posibilidades crees que puedo tener con ella?

La respuesta a esa pregunta fue clave en todo lo que sucedió después. Comprendí en un momento cómo desarrollar mi estrategia para cautivarla. Terminé el café y volví a mi despacho dispuesto a preparar la mejor versión de mí mismo. Organicé todas las ideas que despertaban en mi mente. De repente, el erotismo llegó a su máxima expresión. No podía dejar de pensar en dos cuerpos haciéndose el amor sin tregua, lamiendo cada rincón de piel que encontraban en su senda, logrando que ambos sexos alcanzaran una unión perfecta, y que gemidos y gritos buscaran el aire sobrante de unas bocas que se devoraban.

Descansé un instante y quedé colgado de un atardecer que ponía fin a un día cargado de inquietud. Recordé entonces su respuesta:

«Ella siempre actúa de la misma forma. Toma tu relato, lo lee con una expresión que no deja transmitir nada. Cuando finaliza debes estar atento y observarla. Fíjate bien en el brillo de sus ojos. Si le ha gustado, su mirada te envuelve y su boca se abre ligeramente».

Mi compañera me aseguró que las palabras que fluyen después se interrumpen por un leve gemido. Ese sería el momento en que sabría que mi relato saldría publicado en el siguiente número de la revista erótica.

 

La puerta abierta

Y allí estaba yo, delante de ella, de mi jefa, en su despacho. No interpuso mesa entre nosotros que pudiera entorpecer nuestro encuentro. Mu...