Deseaba
hacerle ver mi recuperación, que se sintiera feliz al comprobar cómo por ella
fui capaz de reinventarme. De ser un nuevo Sánchez que, convencida, me
permitiera recuperar mi rol en la revista. Que, en definitiva, volviera a confiar
en mí. Y lo hice como mejor sé: escribiendo:
Dos
meses enteros sin tu presencia ha sido la mayor tortura que un hombre enamorado
puede experimentar. Enloquecí por ti, por el amor que sentía, que aún sigue
ahí, aunque ahora se muestra agazapado, temeroso, incapaz de mostrarse en su
versión más animal, más natural quizás. Lo he podido recluir en la mente, que
solo le permite pensarte, idealizarte, desearte.
Solo
eso, pensamientos que, en ocasiones, dejo que se transformen en fantasías e
ilusiones, pero solo eso. Ya no debes temer que un día esas fantasías pasen a
convertirse en realidad y entonces…
¿Qué
si sufro? No te imaginas cuánto. No hay día que no me levante con el pene
erecto, buscándote entre mis últimos sueños, esperando hacer realidad cualquiera
de las imágenes que terminan por inundar la cama de un semen que desearía haber
vertido en ti, en cualquiera de los lugares que lo ansiaran, que desearan ser
sometidos por ese líquido blanco que subrayase el deseo culminado después de
explorar tu cuerpo.
Porque
es cada parte de tu cuerpo la que al anochecer imagino cómo son cubiertas de
besos y caricias, contemplando como tú no puedes evitar retorcerte en escorzos
que, en apariencia, quieren evitar que siga, pero que esconden una realidad
diferente.
—Sánchez,
no dejes de tocarme.
—No
paro, amada, pero necesito beber el néctar que expulsas buscando que mi lengua
lo rescate, y lo transfiera a mi boca donde pueda unirse con una saliva cada
vez más ácida.
—¡Deja
de hablar entonces, y cómeme el coño, ya!
Y yo,
fiel a tus órdenes, dirijo mi boca, mi ser, al lugar que protege tus piernas,
maravillosas, que separo hasta que tocan la cama y dejan una oquedad rosada que
abre el camino a un lugar oscuro, pero seguro, a un sitio donde el placer se
hace levedad y el líquido que forma nuestra unión conduce a…
—¡Fóllame,
dios, fóllame ahora!
Y
embistiendo en tu cuerpo toda la lujuria que nos une, dejo que mi miembro se
haga fuerte dentro de ti, procurando aguantar lo suficiente mientras aguardo tu
próximo orgasmo, otro más.
—He
mejorado, ¿lo has notado? —Le pregunté, mientras me recuperaba de una unión tan
profunda y salvaje.
—¿Qué
si has mejorado? —A horcajadas sobre un pene en recuperación, mostraba una
mirada ida—. Sigue mejorando un rato más, Sánchez, y sigue follándome.
Este
fue el relato que envié a mi jefa, con el que esperaba poder reiniciar nuestra
relación de amor interrumpida por un trastorno mental inoportuno.
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