domingo, 7 de marzo de 2021

Deseo interruptus

 

             Cuando terminaba la jornada laboral, aprovechaba para sentarme a contemplar el atardecer desde la ventana de mi despacho. Dejaba a mi mente volar libre por dónde quisiera buscar la inspiración. Esa tarde fue especial, la excitación que sentía se incrementó al recordar que al fin vería la luz mi primer relato erótico. Como becario, publicar mi primer trabajo era como tocar el cielo.

            La revista tendría un relato firmado por Sánchez, becario sí, pero autor con su nombre impreso también. Dejé que mi capacidad para recrear momentos se expandiera y pensé en ella, mi jefa. En cómo me hablaba, me miraba, me sonreía, poco, pero lo hacía, en cómo…

            —Disculpa que no fuera más explícita —fue lo primero que expuso nada más volver a su despacho tras la intensa evaluación que habíamos experimentado, acerca de mi propuesta literaria.

            —No es necesario. Estoy muy feliz.

            —Yo también. Tu primer relato logró ponerme muy —hizo una pausa buscando la palabra que mejor definiera lo que sintió—. No sé cómo expresarlo. Sí, bastante cerda. Mucho, de hecho.

            —¡Vaya! —Exclamé, sin saber muy bien qué responder. Callé, entendí que sería mejor dejarla hablar.

            —Perdona que sea tan directa, pero fue así. No me creerás, pero deseaba que te fueras para poder masturbarme.

            No pude evitar sonrojarme, procuré conducir mi mirada hacia cualquier parte de su despacho en la que no pudiera encontrarme con aquella mirada que me invitaba a… Me estaba invitando seguro, sí.

            —Por supuesto, no estoy invitándote a recrear juntos lo que tu mente es capaz de inventar y provocar en mí.

            —¿Provocar? —Pregunté, sin saber muy bien por qué lancé una pregunta tan estúpida.

            —No te hagas el tonto. ¿De verdad que no te diste cuenta cómo me excitaba? A ver, Sánchez, justo cuando describías cómo la penetraba, abriéndole las piernas y…

            —Ya, ya, me acuerdo, sí —Azorado, no sabía dónde meterme.

            Fue entonces, cuando lo siguiente debía suponer un acercamiento más directo, que percibí un sonido que se interpuso entre nosotros. ¿Un teléfono sonando?

            Se insertó entre nosotros y, fundamentalmente, en el desarrollo de mi imaginación. Reaccioné lo más rápido que pude, volviendo a la realidad y cogí el teléfono:

            —Hola directora, dime.

                        «Sí, claro que estoy libre. No, de hecho revisaba ideas para el próximo artículo.

                        Por supuesto que me parece interesante: ¿Una propuesta sadomasoquista?

                        Ya entiendo, con heridas ¿y sangre?

                        Sí, lo voy entendiendo. Entonces ¿más sádico?

                        ¡Vale!, me pongo con ello».

            Esperé a que terminara de explicarme la idea que tenía para el próximo artículo, que debía aparecer en el siguiente número de la revista.

            —Sí, me queda claro, «que logre excitar al lector hasta el punto de que luego se quede con ganas de imaginar que se lo está haciendo a su pareja».

            Fácil y accesible, como a mí me gustaría que fuera, no iba a resultar, pero debía acostumbrarme a llevar mi imaginación por dónde su mente sintiera más placer.

Colgué y volví a contemplar el atardecer, ¿dónde me había quedado?

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