domingo, 21 de marzo de 2021

Arnés


            Sus labios acaparaban mi boca, ambas lenguas nadaban en la saliva que brotaba desde la excitación más profunda. Debía ser la puerta de entrada al nirvana. Procuraba encontrar algún segundo que me permitiera contemplarla, observar su cuerpo, extraño hasta aquella madrugada, desconocido en su desnudez. Necesitaba verla, asegurarle a mi mente que sí era cierto, que aquella compañera de trabajo me había invitado a conocer la realidad que escondía tras una ropa que, entonces, resultó innecesaria.

            Eso fue durante la madrugada, pero antes, mientras tomábamos una copa en el café irlandés, que se encuentra junto a la oficina, yo le mostraba mis miedos, el temor que me provocaba mi jefa.

            —Créeme, es insaciable —afirmé con angustia.

            —No será para tanto —sonrió mi compañera.

            —¿En todo lo relacionado con el sexo? Tú deberías conocerla mejor que yo.

            —Exigente, sí. Insaciable me parece excesivo.

            La miré mientras bebía el Havana con cola, que me esperaba en la barra. Quizás fuera la antítesis de mi jefa: tan dulce, tan sensible, tan comprensible… me sedujo por completo.

            —Puedo estar de acuerdo contigo cuando hablamos de sexo habitual —afirmé convencido—. Entiendo que si mostramos el sexo, desde su más completo erotismo, debemos exigirnos ser creativos. No se trata solo de…

            —Follar —terminó mi idea—. Efectivamente, debemos ser capaces de ir más allá. Hasta el límite y explorar esas otras posibilidades que la gente rechaza.

            —Bueno, yo sí procuro dar de mi todo lo que llevo dentro. La última vez la dejé muy satisfecha —sonreí.

            —Y por eso ahora pide más.

            —Lo entiendo, pero yo no he tenido experiencias sadomaso, y no sé si estaré a la altura —me desnudé por completo.

            —Yo podría ayudarte —no se sonrojó, como hubiese esperado.

            —¿Tú?

            Quizás fue esa breve pregunta la que me llevó a las puertas de un paraíso que desconocía. Fuimos a la habitación que tenía en un piso compartido con otras compañeras. La casa estaba sola. Nos desnudamos, el uno al otro, y comenzamos con aquellos besos que no podré olvidar…

            ¿Después?

            Las fustas, bolas chinas, cueros, consoladores y otros artefactos que, al principio, no pude reconocer, me dieron las claves. Posteriormente empezaron las escaramuzas sexuales, descubriendo que placer y dolor no han de estar reñidos. Muy al contrario, aprendí. Me dejé hacer, al fin y al cabo era el novato de aquel ser angelical, y satánico, como fue desvelándome poco a poco.

            —Cerdo, lame mis pies ya —me ordenó.

            —Voy —consentí, inseguro.

            —Y después, Sánchez, limpia con la lengua el suelo donde piso.

            Claro que lo hice, navegaba entre el enamoramiento aparente que había sentido antes, y la excitación sexual que experimentaba en ese instante. La miré esperando mi recompensa, poseerla, y…

            Cuando vi cómo se ajustaba el arnés con un falo extraordinariamente grande, y me sugirió que pusiera bastante vaselina en el lugar donde recibiría mi premio, supe que el aprendizaje sería absoluto.

            La tarde siguiente, en mi despacho, sentado sobre un cojín para evitar el dolor que todavía sentía, escribía enfebrecido mi siguiente relato erótico. Mi jefa era insaciable y yo deseaba estar a la altura de sus órdenes.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

La puerta abierta

Y allí estaba yo, delante de ella, de mi jefa, en su despacho. No interpuso mesa entre nosotros que pudiera entorpecer nuestro encuentro. Mu...