domingo, 11 de julio de 2021

Hiperrealismo

Acudí a la galería de arte como me habían sugerido. El tema entroncaba directamente con mi trabajo, ya que se trataba de una exposición de escultura hiperrealista, a tamaño natural, de diferentes tipos y estilos de desnudos. No sabía nada de este arte, pero a mi jefa le pareció interesante que acudiera y yo, cuando ella me ordenaba…

Me encontré con la sala vacía, salvo por la chica encargada de la exposición. En diferentes posturas, y en distintas alturas, pude observar los nueve desnudos femeninos y el único masculino.

Impresionantes.

Como habría dicho mi madre, les faltaba hablar. Todos los detalles que pudieran esperarse estaban. El color, el tratamiento de la piel, las irregularidades, las señales del paso del tiempo. Todo.

Era extraordinario, el tiempo que estuve contemplándolas fue agobiante, esperando que se movieran en cualquier momento. No sé qué me habría proporcionado más miedo, en caso de encontrarme solo en la sala, ¿esas esculturas u otro tipo de alegorías?

Seguí disfrutando de la exposición, a pesar del agobio, hasta que la vi a ella. La única escultura vestida y, sin embargo, la más impactante. De rodillas, apoyando su culo sobe los talones de los pies, cubierta por un vestido negro que, al margen de las piernas, no dejaba mostrar nada del resto de su anatomía.

¡Pero su rostro! Esa era la clave del erotismo expresado de una manera magistral. Los ojos cerrados, la cabeza inclinada hacia arriba y la boca entreabierta, junto a las manos apoyadas, por encima del vestido, en la zona de su sexo, obligaban a recrear en la imaginación que se encontraba en el momento máximo de su orgasmo.

Quedé hipnotizado.

No supe cómo reaccionar.

Instintivamente puse mi mano cerca de la erección que empezaba a sentir. Concentré mi atención en aquella mujer, sin nombre, extraordinaria, hasta que la memoricé. Cerré entonces los ojos y sucedió.

Se inundó de vida.

Abrió los ojos, observé cómo cayó alguna lágrima, si bien su expresión continuaba siendo orgásmica. Movió las manos y las introdujo por debajo de su vestido. Fue entonces cuando comenzó un movimiento rítmico e intenso de frotación.

¡Se estaba masturbando ante mí!

Mantuvo la boca abierta, dejando que la lengua asomara con timidez, la percibí seca. Quizás la saliva se había evaporado por la necesidad irregular de respirar. Los ojos volvieron a ocultarse. La expresión de éxtasis se perpetuó y las manos volvieron a su lugar inicial.

Pareció que su rigidez era idéntica a unos minutos antes. Todo movimiento finalizó, como probablemente también había acabado ella.

Abrí los ojos, la responsable de la sala me miraba con enfado, observando la enorme mancha de mi pantalón.

—¡Otra vez masturbándote! —Me gritó, mientras me indicaba la puerta de la galería para que saliera de ella.

—Es tan real —Apenas fue un susurro.

No aguanté el llanto, inicio de la eclosión emocional que me atrapó en ese preciso instante… otra vez. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario

La puerta abierta

Y allí estaba yo, delante de ella, de mi jefa, en su despacho. No interpuso mesa entre nosotros que pudiera entorpecer nuestro encuentro. Mu...