Acudí a la galería de arte como me habían sugerido. El tema entroncaba directamente con mi trabajo, ya que se trataba de una exposición de escultura hiperrealista, a tamaño natural, de diferentes tipos y estilos de desnudos. No sabía nada de este arte, pero a mi jefa le pareció interesante que acudiera y yo, cuando ella me ordenaba…
Me
encontré con la sala vacía, salvo por la chica encargada de la exposición. En
diferentes posturas, y en distintas alturas, pude observar los nueve desnudos
femeninos y el único masculino.
Impresionantes.
Como
habría dicho mi madre, les faltaba hablar. Todos los detalles que pudieran
esperarse estaban. El color, el tratamiento de la piel, las irregularidades,
las señales del paso del tiempo. Todo.
Era
extraordinario, el tiempo que estuve contemplándolas fue agobiante, esperando
que se movieran en cualquier momento. No sé qué me habría proporcionado más
miedo, en caso de encontrarme solo en la sala, ¿esas esculturas u otro tipo de
alegorías?
Seguí
disfrutando de la exposición, a pesar del agobio, hasta que la vi a ella. La
única escultura vestida y, sin embargo, la más impactante. De rodillas,
apoyando su culo sobe los talones de los pies, cubierta por un vestido negro
que, al margen de las piernas, no dejaba mostrar nada del resto de su anatomía.
¡Pero
su rostro! Esa era la clave del erotismo expresado de una manera magistral. Los
ojos cerrados, la cabeza inclinada hacia arriba y la boca entreabierta, junto a
las manos apoyadas, por encima del vestido, en la zona de su sexo, obligaban a recrear
en la imaginación que se encontraba en el momento máximo de su orgasmo.
Quedé
hipnotizado.
No
supe cómo reaccionar.
Instintivamente
puse mi mano cerca de la erección que empezaba a sentir. Concentré mi atención
en aquella mujer, sin nombre, extraordinaria, hasta que la memoricé. Cerré
entonces los ojos y sucedió.
Se
inundó de vida.
Abrió
los ojos, observé cómo cayó alguna lágrima, si bien su expresión continuaba
siendo orgásmica. Movió las manos y las introdujo por debajo de su vestido. Fue
entonces cuando comenzó un movimiento rítmico e intenso de frotación.
¡Se
estaba masturbando ante mí!
Mantuvo
la boca abierta, dejando que la lengua asomara con timidez, la percibí seca.
Quizás la saliva se había evaporado por la necesidad irregular de respirar. Los
ojos volvieron a ocultarse. La expresión de éxtasis se perpetuó y las manos
volvieron a su lugar inicial.
Pareció
que su rigidez era idéntica a unos minutos antes. Todo movimiento finalizó,
como probablemente también había acabado ella.
Abrí
los ojos, la responsable de la sala me miraba con enfado, observando la enorme
mancha de mi pantalón.
—¡Otra
vez masturbándote! —Me gritó, mientras me indicaba la puerta de la galería para
que saliera de ella.
—Es
tan real —Apenas fue un susurro.
No aguanté el llanto, inicio de la eclosión emocional que me atrapó en ese preciso instante… otra vez.
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