domingo, 13 de junio de 2021

La Quinta Pregunta


Todo escritor sufre, en ocasiones, fases de paralización en su creatividad. De repente, sin saber la razón, la inspiración desaparece y no sabes qué escribir. A veces no existe una explicación objetiva. Sin embargo, yo lo asociaba a la inquietud que sentía debido a ese acercamiento-alejamiento continuo que experimentaba en la relación con mi jefa.

¡Claro que la deseaba! Cada día me gustaba más, y con más frecuencia se alejaba después de hacer un nuevo acercamiento. Al menos, así lo experimentaba yo, provocándome reacciones y sentimientos erróneos.

De esa forma deambulaba los últimos días. Más de una vez mi despiste me llevó a bajar del metro varias paradas después de mi destino. Un desastre, porque además vivo de mi imaginación y ésta no estaba afinada y, por tanto, no podía trabajar. No la acompañaban las musas que tan habitualmente estaban ahí.

La vi entrar justo cuando debía bajar. No pude. Su potente atracción me obligó a seguirla y sentarme frente a ella, en diagonal para guardar la distancia de metro y medio que obligaba las normas sanitarias, que exigía la pandemia que estábamos sufriendo. Me centré en sus piernas, generosamente mostradas gracias a un pantalón corto, ajustado, diminuto, que las dejaban libres, moviéndose en una danza de seducción que me atraía cada vez más.

Intenté dejar de contemplarla y cuando subí la mirada hacia sus ojos, estos se clavaron en mí, sujetándome al asiento, hipnotizado, Me sonrieron, creo que sus labios también, aunque andaban ocultos tras la mascarilla. Me sonrojé.

—¿Te puedo hacer cinco preguntas?

—Sí —respondí, sorprendido.

—¿Te gusta lo que ves?

—Mucho —no dejaba de observar esos ojos penetrantes, duros, maravillosos.

—¿Me lamerías el coño?

—¡Dios, claro!

—¿Me comerías el culo?

—Sí —no pude detener la erección que pugnaba por romper la cárcel que suponía mi pantalón.

—¿Te gustaría besarme?

—Ahora mismo.

—Vale, entonces ven conmigo —se levantó con rapidez para bajar en la siguiente parada.

—¿Y la quinta pregunta? —Faltaba una seguro.

—Cuando me folles —terminó de someterme.

Terminamos en su casa, en la cama de su habitación, follando como no recordaba. Me hizo cosas que no hubiese imaginado. Fueron varios orgasmos casi unidos, sin la recuperación necesaria. Ella se encargó de mantener la linealidad del placer a lo largo de más de tres horas que estuvimos dando rienda suelta a todo lo que fuimos capaces de crear entre ambos cuerpos.

Cuando estábamos a punto de despedirnos, acabando de arreglarme en el cuarto de baño, mientras ella esperaba en el salón, vestida solo con una bata que apenas cubría su espectacular cuerpo me preguntó:

—¿Efectivo o tarjeta?

La quinta pregunta llegó al fin. Me dejó impactado, sin saber qué responder, y sin dinero. Comprendí que las sorpresas que te da la vida, en muchas ocasiones, aparecen en forma de gestiones comerciales, incluso cuando es la atracción sexual la que está en la transacción. O quizás por esa misma razón.

Lo cierto es que pagué con tarjeta. Nunca llevo tanto efectivo encima

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