Todo escritor sufre, en ocasiones, fases de paralización en su creatividad. De repente, sin saber la razón, la inspiración desaparece y no sabes qué escribir. A veces no existe una explicación objetiva. Sin embargo, yo lo asociaba a la inquietud que sentía debido a ese acercamiento-alejamiento continuo que experimentaba en la relación con mi jefa.
¡Claro que la deseaba! Cada día me gustaba más, y con más frecuencia se alejaba después de hacer un nuevo acercamiento. Al menos, así lo experimentaba yo, provocándome reacciones y sentimientos erróneos.
De esa
forma deambulaba los últimos días. Más de una vez mi despiste me llevó a bajar
del metro varias paradas después de mi destino. Un desastre, porque además vivo
de mi imaginación y ésta no estaba afinada y, por tanto, no podía trabajar. No
la acompañaban las musas que tan habitualmente estaban ahí.
La vi
entrar justo cuando debía bajar. No pude. Su potente atracción me obligó a
seguirla y sentarme frente a ella, en diagonal para guardar la distancia de metro
y medio que obligaba las normas sanitarias, que exigía la pandemia que
estábamos sufriendo. Me centré en sus piernas, generosamente mostradas gracias
a un pantalón corto, ajustado, diminuto, que las dejaban libres, moviéndose en
una danza de seducción que me atraía cada vez más.
Intenté
dejar de contemplarla y cuando subí la mirada hacia sus ojos, estos se clavaron
en mí, sujetándome al asiento, hipnotizado, Me sonrieron, creo que sus labios
también, aunque andaban ocultos tras la mascarilla. Me sonrojé.
—¿Te
puedo hacer cinco preguntas?
—Sí
—respondí, sorprendido.
—¿Te
gusta lo que ves?
—Mucho
—no dejaba de observar esos ojos penetrantes, duros, maravillosos.
—¿Me
lamerías el coño?
—¡Dios,
claro!
—¿Me
comerías el culo?
—Sí
—no pude detener la erección que pugnaba por romper la cárcel que suponía mi
pantalón.
—¿Te
gustaría besarme?
—Ahora
mismo.
—Vale,
entonces ven conmigo —se levantó con rapidez para bajar en la siguiente parada.
—¿Y la
quinta pregunta? —Faltaba una seguro.
—Cuando
me folles —terminó de someterme.
Terminamos
en su casa, en la cama de su habitación, follando como no recordaba. Me hizo
cosas que no hubiese imaginado. Fueron varios orgasmos casi unidos, sin la
recuperación necesaria. Ella se encargó de mantener la linealidad del placer a
lo largo de más de tres horas que estuvimos dando rienda suelta a todo lo que
fuimos capaces de crear entre ambos cuerpos.
Cuando
estábamos a punto de despedirnos, acabando de arreglarme en el cuarto de baño,
mientras ella esperaba en el salón, vestida solo con una bata que apenas cubría
su espectacular cuerpo me preguntó:
—¿Efectivo
o tarjeta?
La
quinta pregunta llegó al fin. Me dejó impactado, sin saber qué responder, y sin
dinero. Comprendí que las sorpresas que te da la vida, en muchas ocasiones,
aparecen en forma de gestiones comerciales, incluso cuando es la atracción
sexual la que está en la transacción. O quizás por esa misma razón.
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