domingo, 4 de abril de 2021

Sexo y video: El aprendiz

            

Su rostro desencajado y aquella boca abierta, buscando aire con el que recuperarse del orgasmo que estaba sintiendo, fue lo que más me excitó. Detuve el video y volví a repetir la escena de ese momento, lo uní a mi mente, a lo que sentí en aquel instante, y no pude evitar que una nueva erección se hiciera protagonista esa tarde, en el despacho, mientras añoraba la experiencia exacta vivida, en la que, entre gemidos, sé que se corrió.

Sus pechos, abundantes, balanceándose al ritmo que marcaba la velocidad de sus caderas, que arremetían con la angustia del náufrago que sabe que puede ahogarse en el intento, pero que no evita el riesgo de caer en el maravilloso abismo porque el premio final es el clímax más tremendo.

        —¡Ya, Sánchez, aguanta! —Gritó tras la victoria conseguida.

        —No puedo más —grité también.

        —¡Hostias, aguanta cerdo!

        Comencé a frotar con mi mano izquierda el lugar donde la erección se convertía en irresistible. Por encima del pantalón seguí el mismo movimiento que sus caderas, frenéticas, con los pies bien consolidados en el suelo, mientras sus piernas se convertían en los remos perfectos, fuertes, que provocaban una navegación segura hacia el éxtasis.

        —¡Dios! Me he corrido otra vez —disminuyó el tono de su voz—. Aguantas bien cabrón.

        —Sí —Apenas fue un susurro.

        No es verdad que aguantara bien. La percepción de irrealidad fue creciendo conforme me dominaba. Era la primera vez y no me costó doblegarme ante sus deseos, cual siervo sometido de antemano.

        Detuve el video y contemplé su rostro pleno de placer. Sudaba. El esfuerzo realizado la había dejado agotada. Me corrí. No fui consciente de que había aumentado el ritmo sobre el bulto más de lo razonable y llegué al punto de no retorno. Ya me ocuparía del incidente cuando tuviera que salir del despacho, y disimular la mancha que crecía sin solución, pensé. Perdí la concentración después del leve momento de placer y continué disfrutando el video. Era ya el final. Ahora se desabrocharía el arnés.

        —Lo peor es que me suda demasiado el coño —me informó.

       —Ya —dije, intentando recuperarme de la invasión que el enorme falo de plástico había culminado en mi ano.

        —Pero merece la pena. Te ha gustado, ¿eh, Sánchez? Lo he notado.

        —Sí —afirmé no muy seguro.

    —Recuerda aplicarte una pomada. Los desgarros anales son muy dolorosos. Te has portado bien para ser tu primera vez —aseguró, acariciándome la cabeza como si fuera su perro, quizás mejor su cerdo.

        Desde luego no era solo placer. Cada vez que revisaba el video, que mi compañera de trabajo decidió grabar sin avisarme, me servía para prestar atención a los matices que obvié al escribir el artículo. Este relato iba a resultar bueno y a mi jefa le iba a gustar seguro. Hasta sangre había, tal como me había pedido.

¡Lo sabré yo!

Me levanté con cuidado de la pequeña almohada en la que apoyaba el culo desde aquel encuentro sexual, y emprendí camino al baño. Nunca imaginé lo duro que resultaría hacerme un hueco en este trabajo. Pero, créeme, trabajar en una revista erótica es muy exigente.

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