domingo, 3 de octubre de 2021

El encuentro

 

Llegó el día. Nos contemplamos con la pasión de quien ha esperado mucho para alcanzar la cima del éxtasis que nos aguardaba. Follamos como locos. El deseo contenido alcanzó metas imposibles de prever con anterioridad a ese encuentro.

La observé en la cama, completamente desnuda, estaba boca abajo, me esperaba de nuevo. Me contuve unos segundos, mi erección no entendía la tardanza y me tumbé encima de ella. El pene encajó a la perfección en su vagina. Tensé los brazos, apoyándolos sobre la cama y logré la posición exacta para que el movimiento de mi pelvis arremetiera con una cadencia cada vez más intensa.

Notaba cómo abría las piernas, y buscaba la mejor posición posible para que yo pudiera entrar hasta el fondo de su ser.

—¡Me tenías muchas ganas! —Exclamé, con la voz entrecortada por el esfuerzo que realizaba.

—Sí —respondió.

—Jefa, no entiendo por qué te resististe a que sucediera lo que está pasando por fin.

—No sé —continuó buscando el aire que cada vez ansiaba con más necesidad.

Paré justo cuando me corrí en ella y uní mis labios a su oído. Le susurré:

—Hacía mucho tiempo que soñaba con follarte así, jefa.

—Sí, ya —fue su áspera respuesta.

—¿Acaso nos has disfrutado? —Pregunté, con el temor a que su respuesta me hiriera.

—Sí, cariño, mucho —me tranquilizó.

—¡Bien! —La besé—. Dame quince minutos y ponte a cuatro patas en la cama, que me

apetece mucho follarte así.

—Claro —asumió sin más.

Aproveché para ir al servicio, me aseé y aguardé a que la erección fuera acorde a lo que iba a suceder a continuación. Ella, mi jefa, me esperaba como le había solicitado. Era tan explícita que no necesité decirle nada más. Me puse detrás de su culo, la agarré por las caderas y comencé a empujar con fuerza. La golpeé con rabia, como si de una yegua rebelde se tratara y tuviese que someterla. Sus gritos me excitaban aún más y, entonces, mostraba más agresividad. Le hablé con toda la sordidez que fui capaz de construir en una mente centrada solo en follarla. Volví a correrme y me dejé caer en la cama, a su lado.

—¡Dios, qué zorra eres jefa!

—Sí —afirmó, mientras se apartaba de mí, para salir de la cama.

—¡Me has vaciado guarra! —La insulté, agarrándome la flaccidez que quedaba de mí.

—Sí, eres muy macho —me miró con cierto resentimiento.

Observé su culo, enrojecido por mis golpes, marcado por mí, al tiempo que se vestía. Se marchaba, quizá tuviese trabajo, una reunión…, o quizá no:

—Vale, tío, págame los trescientos euros —me pidió con dureza, lanzándome la peluca.

Busqué el dinero y se lo entregué.

—Menuda paranoia tienes con tu jefa. Tú sabrás. Chao

La prostituta se marchó de aquella habitación de hotel, mientras yo, sentado en la cama, expulsaba las primeras lágrimas observando la peluca que le pedí que se pusiera mientras follábamos. Era lo único que quedó de mi jefa, el final de una fantasía sin más futuro que la paja que me haría cuando volviera a recuperar la tensión necesaria.

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