Sus labios acaparaban mi boca, ambas
lenguas nadaban en la saliva que brotaba desde la excitación más profunda.
Debía ser la puerta de entrada al nirvana. Procuraba encontrar algún segundo
que me permitiera contemplarla, observar su cuerpo, extraño hasta aquella
madrugada, desconocido en su desnudez. Necesitaba verla, asegurarle a mi mente
que sí era cierto, que aquella compañera de trabajo me había invitado a conocer
la realidad que escondía tras una ropa que, entonces, resultó innecesaria.
Eso fue durante la madrugada, pero
antes, mientras tomábamos una copa en el café irlandés, que se encuentra junto
a la oficina, yo le mostraba mis miedos, el temor que me provocaba mi jefa.
—Créeme, es insaciable —afirmé con
angustia.
—No será para tanto —sonrió mi
compañera.
—¿En todo lo relacionado con el
sexo? Tú deberías conocerla mejor que yo.
—Exigente, sí. Insaciable me parece
excesivo.
La miré mientras bebía el Havana con
cola, que me esperaba en la barra. Quizás fuera la antítesis de mi jefa: tan
dulce, tan sensible, tan comprensible… me sedujo por completo.
—Puedo estar de acuerdo contigo
cuando hablamos de sexo habitual —afirmé convencido—. Entiendo que si mostramos
el sexo, desde su más completo erotismo, debemos exigirnos ser creativos. No se
trata solo de…
—Follar —terminó mi idea—.
Efectivamente, debemos ser capaces de ir más allá. Hasta el límite y explorar
esas otras posibilidades que la gente rechaza.
—Bueno, yo sí procuro dar de mi todo
lo que llevo dentro. La última vez la dejé muy satisfecha —sonreí.
—Y por eso ahora pide más.
—Lo entiendo, pero yo no he tenido
experiencias sadomaso, y no sé si
estaré a la altura —me desnudé por completo.
—Yo podría ayudarte —no se sonrojó,
como hubiese esperado.
—¿Tú?
Quizás fue esa breve pregunta la que
me llevó a las puertas de un paraíso que desconocía. Fuimos a la habitación que
tenía en un piso compartido con otras compañeras. La casa estaba sola. Nos
desnudamos, el uno al otro, y comenzamos con aquellos besos que no podré
olvidar…
¿Después?
Las fustas, bolas chinas, cueros,
consoladores y otros artefactos que, al principio, no pude reconocer, me dieron
las claves. Posteriormente empezaron las escaramuzas sexuales, descubriendo que
placer y dolor no han de estar reñidos. Muy al contrario, aprendí. Me dejé hacer,
al fin y al cabo era el novato de aquel ser angelical, y satánico, como fue
desvelándome poco a poco.
—Cerdo, lame mis pies ya —me ordenó.
—Voy —consentí, inseguro.
—Y después, Sánchez, limpia con la
lengua el suelo donde piso.
Claro que lo hice, navegaba entre el
enamoramiento aparente que había sentido antes, y la excitación sexual que
experimentaba en ese instante. La miré esperando mi recompensa, poseerla, y…
Cuando vi cómo se ajustaba el arnés
con un falo extraordinariamente grande, y me sugirió que pusiera bastante
vaselina en el lugar donde recibiría mi premio, supe que el aprendizaje sería absoluto.
La tarde siguiente, en mi despacho,
sentado sobre un cojín para evitar el dolor que todavía sentía, escribía
enfebrecido mi siguiente relato erótico. Mi jefa era insaciable y yo deseaba
estar a la altura de sus órdenes.