domingo, 17 de octubre de 2021

La puerta abierta

Y allí estaba yo, delante de ella, de mi jefa, en su despacho. No interpuso mesa entre nosotros que pudiera entorpecer nuestro encuentro. Muy al contrario, se sentó frente a mí, mostrándome unas piernas maravillosas enfundadas en medias negras transparentes. Sentí la erección al instante. Esa noche me masturbaría rememorando esas piernas. Bueno, todo su cuerpo. Estaba espléndida. Creo que nunca la vi tan bella. Si esa tarde le hubiesen extirpado la voz nuestra relación nunca habría acabado.

«…por eso, Sánchez, te valoro tanto. En los diez años que llevo dirigiendo esta revista erótica nunca había tenido una pluma tan buena como la tuya. Haces del erotismo un arte y logras que los lectores se exciten leyéndote. Eso solo lo logran los mejores.

Solo a ti he permitido una segunda oportunidad, pero creo que no estás bien. Sé por tu compañera que interpretas cosas de mí que no son correctas. Es inadmisible que lamieras la mejilla de aquella adolescente, que le pusieses una peluca a la puta que quisiste confundir conmigo…».

Estaba utilizando toda la información que le proporcioné para justificar un discurso tan desolador.

«…fíjate, Sánchez, quizás si no hubieses perdido la cabeza de esta forma y yo -dudó un momento-. Sí, tú y yo podríamos haber tenido algún escarceo íntimo. Reconozco que me masturbaba con tus relatos, que incluso -volvió a dudar un instante-. Que incluso he fantaseado contigo. ¡Joder, nos dedicamos a expresar el erotismo, así qué…!

Pero no como tú lo entiendes, no abusando de mujeres, vejándolas, despreciándolas, obsesionándote conmigo.

Sánchez, no sirvió de nada aquella terapia. Tu compañera me contó que cada vez necesitas que el sexo sea más duro. Que no follas, sino que batallas y, por eso, es impensable que muestres una vida normal.

—¿Sabes?, esa puerta siempre estará abierta para ti —afirmó, mientras yo volvía la cabeza y comprobaba que efectivamente lo estaba y que, tras ella, su secretaria y mi compañera, con la que batallaba y follaba duro, aguardaban como testigos—, pero el temor a que hagas una locura conmigo me lleva a tomar una decisión.

Sánchez, debes entender que no es el fin. Que te despida no implica que no puedas encontrar otras opciones, pero aquí ya no puedes continuar».

Claro que me masturbé esa noche. Me coloqué una bolsa en la cabeza mientras lo hacía, procurando un aire tan viciado que, incluso, perdí la consciencia unos segundos.

Desperté, la recordé, volví a masturbarme y, agotado, dejé que el sueño aplacara mi desesperación, la frustración de perderla definitivamente.

¿Y ahora?

No supe qué responderme. Escribir erotismo, dejar que mis fantasías siguieran aflorando sería la senda que nunca abandonaría. Quién sabe, algún día lo mismo podría volver a ser Sánchez, u otro personaje o, por qué no, mi misma jefa. En cualquier caso siempre lo haría desde esa línea tan sublime que separa la cordura de la locura, el lugar más placentero que existe, y donde el erotismo discurre confundido con el mismo hecho de vivir.


domingo, 3 de octubre de 2021

El encuentro

 

Llegó el día. Nos contemplamos con la pasión de quien ha esperado mucho para alcanzar la cima del éxtasis que nos aguardaba. Follamos como locos. El deseo contenido alcanzó metas imposibles de prever con anterioridad a ese encuentro.

La observé en la cama, completamente desnuda, estaba boca abajo, me esperaba de nuevo. Me contuve unos segundos, mi erección no entendía la tardanza y me tumbé encima de ella. El pene encajó a la perfección en su vagina. Tensé los brazos, apoyándolos sobre la cama y logré la posición exacta para que el movimiento de mi pelvis arremetiera con una cadencia cada vez más intensa.

Notaba cómo abría las piernas, y buscaba la mejor posición posible para que yo pudiera entrar hasta el fondo de su ser.

—¡Me tenías muchas ganas! —Exclamé, con la voz entrecortada por el esfuerzo que realizaba.

—Sí —respondió.

—Jefa, no entiendo por qué te resististe a que sucediera lo que está pasando por fin.

—No sé —continuó buscando el aire que cada vez ansiaba con más necesidad.

Paré justo cuando me corrí en ella y uní mis labios a su oído. Le susurré:

—Hacía mucho tiempo que soñaba con follarte así, jefa.

—Sí, ya —fue su áspera respuesta.

—¿Acaso nos has disfrutado? —Pregunté, con el temor a que su respuesta me hiriera.

—Sí, cariño, mucho —me tranquilizó.

—¡Bien! —La besé—. Dame quince minutos y ponte a cuatro patas en la cama, que me

apetece mucho follarte así.

—Claro —asumió sin más.

Aproveché para ir al servicio, me aseé y aguardé a que la erección fuera acorde a lo que iba a suceder a continuación. Ella, mi jefa, me esperaba como le había solicitado. Era tan explícita que no necesité decirle nada más. Me puse detrás de su culo, la agarré por las caderas y comencé a empujar con fuerza. La golpeé con rabia, como si de una yegua rebelde se tratara y tuviese que someterla. Sus gritos me excitaban aún más y, entonces, mostraba más agresividad. Le hablé con toda la sordidez que fui capaz de construir en una mente centrada solo en follarla. Volví a correrme y me dejé caer en la cama, a su lado.

—¡Dios, qué zorra eres jefa!

—Sí —afirmó, mientras se apartaba de mí, para salir de la cama.

—¡Me has vaciado guarra! —La insulté, agarrándome la flaccidez que quedaba de mí.

—Sí, eres muy macho —me miró con cierto resentimiento.

Observé su culo, enrojecido por mis golpes, marcado por mí, al tiempo que se vestía. Se marchaba, quizá tuviese trabajo, una reunión…, o quizá no:

—Vale, tío, págame los trescientos euros —me pidió con dureza, lanzándome la peluca.

Busqué el dinero y se lo entregué.

—Menuda paranoia tienes con tu jefa. Tú sabrás. Chao

La prostituta se marchó de aquella habitación de hotel, mientras yo, sentado en la cama, expulsaba las primeras lágrimas observando la peluca que le pedí que se pusiera mientras follábamos. Era lo único que quedó de mi jefa, el final de una fantasía sin más futuro que la paja que me haría cuando volviera a recuperar la tensión necesaria.

domingo, 19 de septiembre de 2021

Reconocimiento


—No puedo creer lo que dices —afirmé, sorprendido por lo que mi compañera me contaba acerca de la última conversación que había mantenido con mi jefa.

—Sánchez, cuando fui a su despacho, para preguntarle si me encargaba de tu sección, tal como me dijo que podía pasar, tuve esa conversación. Como te la he contado.

—¡Vaya! —No podía evitar seguir sorprendido—. Entonces, ¿crees que me dirá algo?

—En breve. Seguro. La tienes en el bolsillo —hizo una pausa—. Después de todo lo que liaste, que siga confiando en ti es una suerte.

—¿Suerte?

—Bueno, realmente es la consecuencia de ser tan bueno escribiendo —se sonrojó.

Percibí la mezcla de timidez y vergüenza, pero no podía dedicarme a ella en ese momento. Preferí acomodarme en la silla de la terraza en la que estábamos tomando café, mi compañera y yo, y me recreé en sus palabras:

«Es muy bueno. No puedo prescindir de él. Cuando escribe pone cachondo a todo el que lo lee. Yo misma, después de leer alguno de sus artículos he tenido que solucionar la excitación que sentía».

Mi jefa reconociendo a mi compañera que, en más de una ocasión, se ha masturbado pensando en mí. Cuando me lo contó no pude ser más feliz. Yo tenía razón, el deseo existía por ambas partes, aunque entendiera que no podía manifestarlo abiertamente. Yo, al fin y al cabo, solo era un becario a sus órdenes, si bien se estaba abriendo una puerta muy interesante para mis intereses personales, y sexuales, con ella.

Es cierto que alguna de las soluciones que buscó para saciar su deseo no terminó de gustarme:

«En una ocasión solicité cita con mi masajista, un amigo muy especial, después de leerle. Él podía solucionar mi necesidad. Mientras me masajeaba recordaba alguna de las escenas que Sánchez había creado, y obtenido de esa mente tan especial. Ese día, después del masaje, le eché un polvo brutal a mi masajista. Créeme, fue increíble».

Con todo, tampoco me iba a detener en estas pequeñeces. De momento no existía ningún compromiso entre nosotros, y ambos actuábamos con la libertad de dejar que nuestra sexualidad inundara a quien apareciera por nuestras vidas en el momento exacto, cubriendo la necesidad concreta que no podíamos saciar juntos.

—Siempre pensé que a ella le gusto —afirmé.

—No es esa la conclusión que debes obtener de esta conversación —contradijo mi compañera.

—¿Ah, no? ¿Y cuando te contó que «me pone muy cerda ser la protagonista de las fantasías de Sánchez»?

—Pero, Sánchez, debes entender que…

No la dejé continuar, y volví a mi mundo interior, en el que me dejé seducir imaginando con qué tono de voz diría lo de ponerse muy cerda, la excitación que habría sentido al comentarlo, y si había mojado las bragas a rememorarlo, comprobando que era la reina de mis sueños. En fin…

¿Qué sabría mi compañera de nuestra historia? La relación entre nosotros era tan especial, no era comprensible para los demás. Y menos ahora que ella, al fin, dejaba la puerta abierta. Esa puerta que tanto deseaba alcanzar, dejando atrás las fantasías y sueños y comenzando una aventura real con ella, con mi jefa.

 

domingo, 5 de septiembre de 2021

Te echo de menos

 

Deseaba hacerle ver mi recuperación, que se sintiera feliz al comprobar cómo por ella fui capaz de reinventarme. De ser un nuevo Sánchez que, convencida, me permitiera recuperar mi rol en la revista. Que, en definitiva, volviera a confiar en mí. Y lo hice como mejor sé: escribiendo:

Dos meses enteros sin tu presencia ha sido la mayor tortura que un hombre enamorado puede experimentar. Enloquecí por ti, por el amor que sentía, que aún sigue ahí, aunque ahora se muestra agazapado, temeroso, incapaz de mostrarse en su versión más animal, más natural quizás. Lo he podido recluir en la mente, que solo le permite pensarte, idealizarte, desearte.

Solo eso, pensamientos que, en ocasiones, dejo que se transformen en fantasías e ilusiones, pero solo eso. Ya no debes temer que un día esas fantasías pasen a convertirse en realidad y entonces…

¿Qué si sufro? No te imaginas cuánto. No hay día que no me levante con el pene erecto, buscándote entre mis últimos sueños, esperando hacer realidad cualquiera de las imágenes que terminan por inundar la cama de un semen que desearía haber vertido en ti, en cualquiera de los lugares que lo ansiaran, que desearan ser sometidos por ese líquido blanco que subrayase el deseo culminado después de explorar tu cuerpo.

Porque es cada parte de tu cuerpo la que al anochecer imagino cómo son cubiertas de besos y caricias, contemplando como tú no puedes evitar retorcerte en escorzos que, en apariencia, quieren evitar que siga, pero que esconden una realidad diferente.

—Sánchez, no dejes de tocarme.

—No paro, amada, pero necesito beber el néctar que expulsas buscando que mi lengua lo rescate, y lo transfiera a mi boca donde pueda unirse con una saliva cada vez más ácida.

—¡Deja de hablar entonces, y cómeme el coño, ya!

Y yo, fiel a tus órdenes, dirijo mi boca, mi ser, al lugar que protege tus piernas, maravillosas, que separo hasta que tocan la cama y dejan una oquedad rosada que abre el camino a un lugar oscuro, pero seguro, a un sitio donde el placer se hace levedad y el líquido que forma nuestra unión conduce a…

—¡Fóllame, dios, fóllame ahora!

Y embistiendo en tu cuerpo toda la lujuria que nos une, dejo que mi miembro se haga fuerte dentro de ti, procurando aguantar lo suficiente mientras aguardo tu próximo orgasmo, otro más.

—He mejorado, ¿lo has notado? —Le pregunté, mientras me recuperaba de una unión tan profunda y salvaje.

—¿Qué si has mejorado? —A horcajadas sobre un pene en recuperación, mostraba una mirada ida—. Sigue mejorando un rato más, Sánchez, y sigue follándome.

Este fue el relato que envié a mi jefa, con el que esperaba poder reiniciar nuestra relación de amor interrumpida por un trastorno mental inoportuno.

viernes, 20 de agosto de 2021

Curándome


Decidí hacer algo. No podía seguir así. La deriva sexual que estaba adoptando mi vida iba a peor y las consecuencias podrían llegar a ser dramáticas. Aquel último encuentro me hizo recapacitar y me puse en manos de una psicóloga que tenía su consulta muy cerca de donde estaba de vacaciones.

—Sánchez, ha mejorado mucho en estos dos meses que llevamos viéndonos. Tengo muy buenas sensaciones con usted—. Aquí le entrego el informe donde confirmo esta impresión y le recomiendo una serie de cuestiones que debe tener en cuenta para no recaer.

—¿Cree que podría volver a cometer esas locuras? —Pregunté expectante.

—Bueno —dudó-. Usted es muy activo sexualmente. Recuerde que quedó conmigo después de pasar la noche con tres mujeres al mismo tiempo.

—Sí, lo recuerdo. Pero acuérdese usted que ellas se mostraron mucho más activas que yo. No dejamos de fo… Perdone —me sonrojé.

—No se preocupe. Debe hablar sin reprimirse. Es la mejor manera de recuperarse.

—En ese caso… Le decía que no dejamos de follar durante toda la madrugada. Casi tuve que salir de allí huyendo.

—Ya, Sánchez, pero a usted le gusta experimentar ese tipo de situaciones. Lo negativo no es su elevada actividad sexual, sino el hecho de asociarla obsesivamente a su jefa.

—Es cierto, pero la que me hizo la primera felación me recordaba tanto a mi directora, que no tuve más remedio que…

—Que no tuvo más remedio que obsesionarse con ella, llamarla por su nombre, tratarla como si fuera ella…

—A ella no le importó. Me dijo “llámame como quieras, pero no dejes de follarme”. Entenderá que esas circunstancias no ponen las cosas fáciles.

—Sánchez, usted ha mejorado mucho, pero debe diferenciar con claridad la realidad de la ficción, para que no ocurran cosas como la de la heladería.

—Aquella adolescente lamía el helado… —me detuve un instante para recordar—. ¿Usted se mete toda la bola de helado en la boca y después la saca para continuar así hasta que termina por desaparecer?

—No es importante cómo chupe yo el helado. ¡Se lanzó a ella y le lamió la cara!

—Pase la lengua por su mejilla para saborear los restos del helado que quedaban y después, si no me hubiese pegado esa gran hostia…

—Lo importante es que ahora ya no sería capaz de hace algo así, ¿verdad?

—¡Claro que no! —Respondí, demasiado rápido.

Salí del despacho con el documento que garantizaba mi nuevo estado psicológico. Ahora podría volver a retomar mi trabajo, hablar con mi jefa, y hacerle ver que todo iba a cambiar.

Fui a mi hotel, me desnudé y tomé el móvil. Busqué la foto de la psicóloga. Sabía que cada tarde, a las seis, se bañaba en una playa no muy lejana de donde yo me hospedaba. Un pequeño bikini negro, el pelo recogido, castaño y lacio como el de mi jefa. Su cuerpo tan espectacular como el de ella. ¡Me la recordaba tanto!

Cuando me masturbé contemplando la foto que pude hacerle en un descuido, no la confundí con mi directora. Efectivamente estaba mejor, ya diferenciaba realidad de ficción. Una ducha y a la piscina del hotel. Quién sabe, lo mismo me encontraba con una que…


domingo, 8 de agosto de 2021

Un reencuentro inoportuno

 

La llamé. Ignoro el motivo que me condujo a citarme con ella en el chiringuito de aquella playa, que fue testigo de mi hundimiento. Algo más de lo que ya había descendido a la sima desde mi última entrevista con la directora.

No olvidaba que a ella le iba el sexo con fuerza, y yo lo que necesitaba era una forma de canalizar mis fantasmas. Llevaba una semana de vacaciones y, tal como me exigió mi jefa, no mantuve ningún contacto con la empresa.

A ver, recapitulemos. Ahora que estoy solo en la habitación del hotel, que ya ha pasado lo peor, no voy a seguir mintiendo. Claro que conocía el motivo. Después de que la directora de la revista me planteara la disyuntiva entre tomar unas vacaciones o irme a la calle despedido, no dejé de pensar en ella, con rabia, con odio, despechado. Masturbarme pensando cómo la follaría no mejoraba mi inquietud.

Por esa razón quedé con aquella mujer que me lo había enseñado todo sobre el sadomaso. La cité para follar, para qué si no, y después de recibir una gran cantidad de golpes, órdenes y humillaciones, me tocó a mí.

—Ponte a cuatro patas.

—¡Estás cachondo, ¿eh, guarro? —Era su forma de mantener el nivel alto.

Se puso como le ordené y, agarrándola fuerte por las caderas, empecé a empujar con toda mi energía.

—¡Cómo te gusta, zorra!

—¡Eh, sí que me gusta, pero no golpees tan fuerte!

—Vamos, pídeme más —golpeé con más fuerza su culo.

—¡Sánchez, lleva cuidado! —Me avisó, sin dejar de follar en ningún momento.

—Vamos, jefa, dime ahora que me quieres echar —comencé a delirar.

 —¡Tío, deja de pegarme! —Gritó.

—Venga jefa, que sé que te gusta.

Me metió tal hostia, que aún me duele cuando me paso la mano por la mejilla izquierda.

—¿Tu jefa, gilipollas? ¿Así que es verdad que estás como un cencerro, como cuentan por la revista?

Me empujó, me dio una patada en los huevos, y me dejó lamentándome, arrodillado en una esquina de la habitación.

—Cuando la jefa se entere de esto sí que te va a echar, imbécil.

—No, por favor, hagamos un trato —Susurré, porque la voz era incapaz de salir del cuerpo, por el dolor que sentía.

Cuatro horas después, tras una retahíla de ruegos, lamentos y más lágrimas, ella pudo apalizarme con ganas. Se vengó a gusto, aunque reconozco que no estuvo nada mal el placer que, al final, alcanzamos. Ella hizo lo que más le gustaba, humillarme, y yo seguí caminando por esa línea extremadamente fina que separaba el deseo por mi amada de la locura debida a ese mismo deseo.

—No será por mí por quien se entere, Sánchez, pero lo tienes muy jodido. Eso sí, follar contigo después de humillarte es muy bueno.

—Gracias —No se me ocurrió nada más que decir.

—No, hombre, gracias a ti, que me da que voy a poder disponer de tu cuerpo a menudo —me lanzó una extraña sonrisa.

En ese instante dejé de pensar.

domingo, 25 de julio de 2021

Vacaciones

No me correspondían las vacaciones en julio, pero mi jefa decidió que era preferible que cogiera el primer turno y «que me relajara». Dicho así parecía un buen deseo, pero yo sabía que no era eso, sobre todo cuando añadió: «o te vas de vacaciones o te despido». Lo cierto es que el impacto de sus palabras me atenazó, que mi diosa me hablase de esa forma fue insoportable, si bien entendía sus razones.

Llevó muy mal que la galería donde expusieron aquellas esculturas maravillosas, se quejara a la dirección de la revista de que no era razonable mi comportamiento: yo solo me había masturbado tres veces delante de aquella mujer que me recordaba tanto a… Y lo asumí, debía recrearme con el castigo que mi jefa quisiera ejercer sobre mí.

Fue error mío, sí, pero como otros incidentes que habían ido ocurriendo, desde que estaba trabajando con ella, solo deseaba normalizar mi sexualidad, y no lo conseguía de becario en una revista donde el sexo es el centro de nuestras vidas. A veces el problema aparecía cuando me aproximaba a las fuentes de documentación, y ocurrían incidente. Sin embargo, la mayoría de ocasiones las causas se debían a mis conductas erráticas. Todos esto sería diferente si mi jefa, mi amor platónico…

¿Platónico?

Al principio quizás fuera un sentimiento romántico, los primeros días, en los que me deleitaba escuchándola, contemplándola, persiguiendo los besos que se le escapaban al respirar, como recordaba la canción.

Después no fue así. Y, ahora, conforme pasaba el tiempo, era mucho peor. En el momento que cerraba los ojos la imaginaba a ella, y desde luego no desde una perspectiva etérea, sublime. Muy al contrario.

De hecho, cuando salí de su despacho, tras detener mi corazón amenazándome con despedirme, fue increíble. Me recosté en el asiento, cerré los ojos y rememoré cómo acepté su propuesta.

—¡Por favor no me eches! —Supliqué.

—Sánchez, me lo pones muy complicado.

—Sé que mi conducta no ha sido adecuada, pero a tu lado puedo crecer y…

—No se trata de eso —Interrumpió—. No puedo creer que te atraiga más una escultura que —dudó un instante— yo, que una mujer de verdad quiero decir.

—¡No es así! —Alcé la voz.

—¡Pero si te corriste en su cara!

—Imaginando que era la tuya —Confesé.

—¿Qué dices, loco?

—Decenas de veces he soñado con ese momento, y con otros.

—Es tan real —Apenas

—¿Otros, Sánchez?

—Sí, sueño con tus tetas, con acariciarte el culo, agarrar con fuerza tus glúteos, separarlos y después…

—Detente, Sánchez, ¿Qué te ocurre? —Volvió a interrumpir mi discurso.

—Jefa, tú sabes que te deseo y que me vuelve loco estar contigo y…

—Mañana te vas de vacaciones o te despido. Ya te avisaré cuándo debes reincorporarte.

Muchas veces he divagado por mi imaginación, delirando, creyendo que eran situaciones reales, hasta que volvía a la realidad. En esta ocasión fue diferente, me dejé arrastrar por la urgencia de sentir que podía perderla, por la pasión que siento cuando estoy a su lado, y opté por lo peor: decirle todo lo que sentía, sin ningún filtro, en caliente, tal cómo yo me sentía en ese momento,

Me fui de vacaciones, con la angustia de no saber si algún día volvería y, caso de hacerlo, con qué rostro me postraría ante ella.

Me fui desesperado. 

La puerta abierta

Y allí estaba yo, delante de ella, de mi jefa, en su despacho. No interpuso mesa entre nosotros que pudiera entorpecer nuestro encuentro. Mu...