Llegó
el día. Nos contemplamos con la pasión de quien ha esperado mucho para alcanzar
la cima del éxtasis que nos aguardaba. Follamos como locos. El deseo contenido
alcanzó metas imposibles de prever con anterioridad a ese encuentro.
La observé
en la cama, completamente desnuda, estaba boca abajo, me esperaba de nuevo. Me
contuve unos segundos, mi erección no entendía la tardanza y me tumbé encima de
ella. El pene encajó a la perfección en su vagina. Tensé los brazos,
apoyándolos sobre la cama y logré la posición exacta para que el movimiento de
mi pelvis arremetiera con una cadencia cada vez más intensa.
Notaba
cómo abría las piernas, y buscaba la mejor posición posible para que yo pudiera
entrar hasta el fondo de su ser.
—¡Me
tenías muchas ganas! —Exclamé, con la voz entrecortada por el esfuerzo que
realizaba.
—Sí —respondió.
—Jefa, no entiendo por qué te resististe a que sucediera lo
que está pasando por fin.
—No sé —continuó buscando el
aire que cada vez ansiaba con más necesidad.
Paré justo cuando me corrí en
ella y uní mis labios a su oído. Le susurré:
—Hacía mucho tiempo que soñaba con follarte así, jefa.
—Sí, ya —fue su áspera respuesta.
—¿Acaso nos has disfrutado? —Pregunté, con el temor a que
su respuesta me hiriera.
—Sí, cariño, mucho —me tranquilizó.
—¡Bien! —La besé—. Dame quince minutos y ponte a cuatro patas en la cama, que me
apetece mucho follarte así.
—Claro —asumió sin más.
Aproveché
para ir al servicio, me aseé y aguardé a que la erección fuera acorde a lo que
iba a suceder a continuación. Ella, mi jefa, me esperaba como le había
solicitado. Era tan explícita que no necesité decirle nada más. Me puse detrás
de su culo, la agarré por las caderas y comencé a empujar con fuerza. La golpeé
con rabia, como si de una yegua rebelde se tratara y tuviese que someterla. Sus
gritos me excitaban aún más y, entonces, mostraba más agresividad. Le hablé con
toda la sordidez que fui capaz de construir en una mente centrada solo en
follarla. Volví a correrme y me dejé caer en la cama, a su lado.
—¡Dios,
qué zorra eres jefa!
—Sí
—afirmó, mientras se apartaba de mí, para salir de la cama.
—¡Me
has vaciado guarra! —La insulté, agarrándome la flaccidez que quedaba de mí.
—Sí,
eres muy macho —me miró con cierto resentimiento.
Observé
su culo, enrojecido por mis golpes, marcado por mí, al tiempo que se vestía.
Se marchaba, quizá tuviese trabajo, una reunión…, o quizá no:
—Vale,
tío, págame los trescientos euros —me pidió con dureza, lanzándome la peluca.
Busqué
el dinero y se lo entregué.
—Menuda
paranoia tienes con tu jefa. Tú sabrás. Chao
La
prostituta se marchó de aquella habitación de hotel, mientras yo, sentado en la
cama, expulsaba las primeras lágrimas observando la peluca que le pedí que se
pusiera mientras follábamos. Era lo único que quedó de mi jefa, el final de una
fantasía sin más futuro que la paja que me haría cuando volviera a recuperar la
tensión necesaria.
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