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domingo, 2 de mayo de 2021

La conversación

Era una simple reunión de trabajo. Tocaba organizar el próximo número de la revista, y mi jefa quería concretar conmigo el tema que debía abordar en mi artículo.

Me senté muy cerca de la puerta de su despacho, no estaba cerrada, una pequeña rendija dejaba pasar la luz que atravesaba su ventana, pero sobre todo su maravillosa voz. Me resultaba tan fácil imaginármela formando parte de mi mundo erótico…

Sin embargo, esta vez no me pillaría, como otras veces, en las que navegaba por su cuerpo etéreo, hasta que se hacía real, a través de una llamada de teléfono o, en ocasiones, con su propia presencia, y mi mundo ficticio se hundía en un abismo. Estaría atento para entrar en el momento que me llamara.

—Sánchez, procura estar atento para cuando te llame -dijo su secretaria levantándose de su silla.

—Eso he dicho —afirmé.

—¡Cómo! —Exclamó extrañada.

—Nada —Respondí rápido y sonrojado.

—Yo salgo ya. Ella te avisará cuando termine las llamadas de teléfono que tiene pendientes.

Me despedí de la secretaria cuando se marchó. Aún estaba ruborizado. Mi imaginación siempre me jugaba malas pasadas, y presté atención. Al principio era solo un murmullo. Debía estar tratando asuntos relacionados con el trabajo o con su familia. Sin embargo, de repente el volumen fue incrementándose y, sin querer, fui introduciéndome en su conversación. No soy un chismoso, pero la verdad es que resultaba muy fácil escucharla. Parecía que el tema le animaba y, fruto de la intensidad, alzaba más la voz.

Mi jefa, sin esperarlo, se exhibía ante mí, supongo que ignorando que yo lo escuchaba todo. Solo a ella, pero fue suficiente…

—Podrás no creerme pero fue así. De verdad. Me tenía sometida en la camilla, me había dado un masaje espectacular y al colocarme, con su ayuda, mirando hacia arriba, esperaba que me diera una toalla para cubrirme algo, y no fue así.

—¡Que sí!, Completamente desnuda. Y de inmediato los pezones se pusieron como piedras. Él se dio cuenta y sonrió.

—¿Después? No lo miré más, no podía resistirme. Lo dejé hacer.

—Sí, bueno, sería parte del masaje pero las tetas bien que me las tocó. Los pezones reventaban. Te lo aseguró.

No podía creer lo que estaba escuchando. Mi diosa violentada por un masajista. A pesar del enfado no pude evitar una erección tremenda, conforme me la imaginaba encima de la camilla, mancillada. Intenté ocultarla, la erección, cruzando las piernas.

—Y cuando bajó la mano… no dejó ni un lugar importante sin explorar —la carcajada de mi jefa se debía al gran placer obtenido, no a que su cuerpo hubiese sido ultrajado, más bien se debió al arrobamiento sentido.

—Pues claro que dejé que me lo hiciera. Después de dos orgasmos fabulosos iba a poner objeciones —su risa fue aún más intensa.

—Y cuando me metió eso, no supe si volaba o era una alucinación. Sentí que las dimensiones eran impresionantes. Imagínatela.

—¿Qué si pasó algo más? Ya te contaré todo lo que me hizo.

Apareció, entonces, un silencio muy denso.

Me sonrojé, seguí disimulando la erección sin saber qué hacer y esperé. Muy poco. Salió enseguida, sonriente, pero percibí cierta sorpresa al verme.

—Hola Sánchez —dudó un instante—. ¿Teníamos reunión?

—Sí —fue mi escasa respuesta.

—Está bien, pasa. Estaba hablando con mi hijo. Ya sabes, tareas del colegio.

«Tareas», susurré, mientras caminaba cabizbajo, pensando cuáles serían las demás tareas que le hizo el masajista.

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